Otras miradas

Las pequeñas heroínas que entretejen la vida

Andrea Momoitio

Periodista

Final del concurso de amas de casa, organizado por la revista Ama, en 1968. Imagen publicada en el número extraordinario de Navidad
Final del concurso de amas de casa, organizado por la revista Ama, en 1968. Imagen publicada en el número extraordinario de Navidad

Entre 1959 y 1989, las amas de casa españolas tuvieron su propia revista: Ama. Es fácil comprar viejos números en mercadillos o páginas de segunda mano. Abrir sus páginas es un viaje por la construcción de los arquetipos de género de las mujeres españolas. La profesora María del Carmen Álvarez Lacarta, en su artículo  Evolución del papel de la mujer en la sociedad española a través de "Ama" (1959-1989): del franquismo a la transición democrática, divide la historia de la revista en tres etapas: hasta 1963; de 1964 a 1970 y de 1971 a 1989.

El primer director, Jesús María Zuloaga, responsable después de la revista Semana,  trabajó con periodistas de referencia en la época como Pilar Salcedo, directora más adelante de Telva, publicación para mujeres vinculada al Opus Dei o Mirufa Zuloaga, subdirectora de la revista Mundo Cristiano. En el artículo de Álvarez Lacarta se asegura que ambas eran "grandes periodistas, capaces de recorrer España en busca de la noticia y la actualidad para ofrecer los mejores artículos y reportajes a la publicación". La revista, que se publicaba cada quince días, estaba patrocinada por una organización de supermercados.

En cada una de sus etapas y bajo distintas direcciones, Ama fue adaptándose a los cambios que vivía el país, a las demandas de las mujeres y, por supuesto, al impulso del movimiento feminista en las calles. Las amas de casa españolas no solo tuvieron su propia revista. Ama organizaba un concurso estatal en el que premiaban a la mejor de todas ellas. Algo así como Miss España de trabajadoras del hogar. Al menos, conocemos dos concursos de este estilo: el que organizaba la revista Ama y el que organizaba la revista Teresa, una publicación para mujeres que editó la Sección Femenina entre 1954 y 1975. En La mujer, cosa de hombres, de Isabel Coixet, pueden verse imágenes de uno de los certámenes: "No es difícil aventurar –asegura el reportero– que la perfecta ama de casa encontrará pronto novio".

Asunción del Piñal de Villar fue la ama de casa de 1968. Una crónica de las periodistas Josefina Figueras –"catalana de pura cepa y española por los cuatro costados"– y Paquita Castilla –supernumeraria del Opus Dei–, publicada en el número extraordinario de Navidad nos acerca a la gran hazaña de la representante de Castilla la Vieja. Aquel número, por cierto, costaba 12 pesetas. Del Piñal vivía en Santander, tenía dos hijas y su marido era abogado. Además, dicen de ella, que era esbelta como las montañas y profunda como el mar de su tierra: "Ha sido ella, una mujer montañesa, la que en estos momentos es resumen de todas y cada una de esas pequeñas heroínas que día a día entretejen la vida de sus hogares". Celia y Beatriz, las hijas de Del Piñal, se mostraban profundamente orgullosas del premio que recibía su madre.

Aquel año, el concurso se celebró en Barcelona. En concreto, la final se festejó en el salón de actos de Hogarotel, "el salón nacional del hogar". El espacio, que tenía una capacidad para dos mil personas, fue llenándose poco a poco de gente. "Todo era nerviosismo y emoción contenida", cuentan. En aquella ocasión, el jurado estaba compuesto por "la señora de Porcioles, esposa del alcalde de Barcelona", de la que no se dice su nombre; "Belén Landaburu, procuradora en Cortes; Doña Pilar de Rossell, de la Asociación de Amas del Hogar; doña Marta de Moragas; don Alfonso Serrahima, presidente de Hogarotel; Don José de Calasany Martí, presidente del sindicato de confección; Don Jesús María Zuloaga, director-gerente de la revista Ama; Don Juan López Gálvez y Don Antonio García Gasión, jefe de relaciones públicas de Televisión Española". Un jurado prácticamente paritario. A la cita, por cierto, también acudió un notario.

En la gran final, que se celebraba aquellos días en Barcelona, las dieciséis finalistas tuvieron que enfrentarse a diferentes pruebas relacionadas con la costura, la decoración floral, la cocina y la pedagogía. Un clásico de los concursos de este estilo. En el caso del concurso Mujer Ideal, de características similares que organizaba la revista Teresa, también tenían que enfrentarse a pruebas de mecanografía, de cuidado de bebés o de cultura general, entre otras cosas. Este concurso, por cierto, surge en Italia en los años cincuenta con el objetivo de hacer la competencia a certámenes como Miss Universo, en los que solo se valoraba la belleza física de las participantes. El Papa Pío XII bendijo a algunas de las ganadoras. El concurso de Ama era algo más discreto.

Este tipo de certámenes buscaban poner en valor un ideal de mujer, pero eran, también, una oportunidad impagable de publicidad para las empresas que se dedicaban a la venta de materiales y herramientas para el hogar. Una de las actividades que organizaban para las ganadoras y sus familias era una visita a almacenes comerciales en los que podían ver las novedades del mercado de lavavajillas, lavadoras y productos similares. Pero no todo iba a ser trabajo, claro. La organización llevó a las finalistas de visita al monasterio de Montserrat. Una de ellas declaraba que se lo estaba pasando mucho mejor que en su viaje de novios.

Asunción del Piñal de Villar volvió a casa agasajada. La ganadora recibió un coche Simca 1000, un abrigo agneau rasé de Silver, un friegaplatos automático de Balay, una televisión, una cocina, una cubertería de lujo, una máquina de coser, una vajilla completa, productos de belleza, muebles de cocina y un jersey, entre otras cosas. Entonces, la buena mujer española era la que mantenía a salvo la moralidad de su hogar y sacaba a relucir la plata de su cubertería, pero también esa a la que le daba tiempo para mucho más. El jurado valoró de Del Piñal no sólo que pasó sin dificultades todas las pruebas sino que trabajaba también en el despacho de su marido y que, "a pesar del horario apretado", aún tenía tiempo para llevar la casa, "estar con amigos y cooperar en una labor social".

Qué agotamiento.

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