Otras miradas

La Ciencia logra las vacunas contra la covid y la investigación estudia también los efectos secundarios adversos

Federico Zurita

Biólogo y profesor de Genética de la Universidad de Granada

Una mujer prepara una dosis de una vacuna de coronavirus, en una escena recreada. REUTERS/Dado Ruvic
Una mujer prepara una dosis de una vacuna de coronavirus, en una escena recreada. REUTERS/Dado Ruvic

Está documentado que mujeres otomanas vendían en Estambul costras de pústulas de personas que habían sufrido la viruela. Disolvían las  costras  en cáscaras de nuez y en agua,  les hacían pequeñas heridas a los niños y les aplicaban la pasta en esas heridas. Algunos niños no mostraban ningún tipo de reacción; otros daban una reacción febril y la mayoría si no todos, se tornaban resistentes a la viruela. Fue la primera vacuna y en principio solo al alcance de los que pudieran pagarla.

El fundamento de cualquier vacuna, la de la viruela y la de la covid, es en esencia muy sencillo: se trata de provocar una respuesta inmune específica frente a un virus o una bacteria pero sin que se desarrolle la enfermedad que ese virus o esa bacteria produce.

La respuesta inmune que desencadena la vacuna suele ir acompañada de  los síntomas propios de la primoinfección: malestar general, dolores articulares y fiebre que suelen remitir en un par de días. Pocas veces, en sujetos hipersensibles (que en principio no se pueden identificar) pueden dar lugar a reacciones más adversas y en casos extremos y rarísimos provocar incluso la muerte.

La covid-19 fue una pandemia provocada por el SARS Cov2, un virus cuyo material genético es ARN de cadena sencilla, que sometió  a los sistemas de salud durante dos eternos años a una presión y un estrés como hacía un siglo (con la mal llamada "gripe española") que no ocurría. Fue de irrupción tan inesperada y tan súbita, tan brutal, que las medidas que se tomaban eran sobre la marcha y con la incertidumbre de no haber experiencia previa. Aun así la gestión fue más que aceptable. Confinamiento estricto al principio, para luego ir relajando las medidas a la espera de que llegara la tan ansiada vacuna.

Va quedando en el recuerdo crítico, pero abril y mayo de 2020 fueron particularmente dramáticos. Hubo semanas en las que fallecieron hasta  900 personas al día. Cuando alguien en una residencia de ancianos se infectaba era una auténtica catástrofe y morían muchos, sobre todo en la comunidad autónoma en la que fueron abandonados a su suerte.

El desarrollo de tres vacunas efectivas y seguras, en tan solo 8 meses,  puso de manifiesto lo necesaria que es la investigación básica. A pesar de lo rápido de su desarrollo, las vacunas cumplían por supuesto, todos los estándares de seguridad y eficacia que exige la OMS porque de lo contrario no hubieran podido administrarse.

De no ser por todo el conocimiento acumulado disponible que había en biología molecular, biología celular, inmunología, microbiología, farmacología... hubiera sido imposible un logro semejante.

Cuando la inoculación cogió el ritmo adecuado el número de muertes cayó en picado y en el caso de las residencias de ancianos fue realmente espectacular.

Se estima que la vacunación masiva evitó solo en el tercer trimestre de 2021 un mínimo  de 3.500 fallecimientos.

Pero, obviamente,  el solo ventajas no existe y las vacunas no son una excepción; a veces se presentan complicaciones y efectos secundarios adversos.

El establecer una relación causal entre un agente y una enfermedad puede parecer sencillo pero en realidad no lo es tanto. Por ejemplo, se sabe que el hábito de fumar cigarrillos es un factor predisponente para desarrollar cáncer de pulmón y para sufrir infarto de miocardio. Hay personas que sin ser fumadores han sufrido una de esas patologías. ¿Cómo saber entonces si una persona fumadora que tiene un cáncer de pulmón o ha sufrido un infarto ha sido por ser fumador? La respuesta es que no se puede saber para esa persona en concreto.

Lo que sí se sabe es que, estudiados dos grupos de personas lo suficientemente numerosos y lo más parecidos posible (mismo sexo, misma edad, misma profesión, mismo etnia...), y que uno de los grupos esté formado por fumadores y el otro por no fumadores, en el grupo de fumadores la incidencia de cáncer de pulmón y de infartos de miocardio es significativamente mayor.

Lo mismo para poder relacionar una vacuna con potenciales secuelas que pueda tener esa vacuna. Solo cuando la incidencia de tales patologías sea significativamente superior en grupos de personas vacunadas con respecto a grupos de personas no vacunadas se podrá decir que esa vacuna predispone a esas secuelas. Por abundar en ejemplos, la píldora anticonceptiva aumenta el riesgo de accidentes embólicos, la aspirina aumenta ligeramente el riesgo de úlceras gastrodudenales y los fármacos antidislipémicos dan lugar a dolores musculares que pueden ser intensos.

Leer los prospectos de los fármacos que nos prescriben algunas veces asusta. Quimioterapia y radioterapia en pacientes oncológicos tienen graves efectos secundarios, pero no hay alternativa mejor. Como siempre, se trata entonces de ponderar los beneficios y los riesgos.

Por ejemplo, se ha encontrado un incremento estadísticamente significativo entre la vacuna contra la covid y el Síndrome de Taquicardia Postural Ortostática. Un incremento de un 0,22%, o lo que es lo mismo, hay 22 individuos más con este síndrome en 10.000 vacunados de los que hay en 10.000 individuos no vacunados.  Pero la vacuna es protectora hasta un 93% de una patología potencialmente grave y hasta mortal.  Se ha evidenciado también un ligero aumento de un tipo concreto de trombosis (trombosis inmunomediada con trombocitopenia) en sujetos a los que se les administró la vacuna de AstraZeneca con respecto a individuos no inoculados. Por precaución se interrumpió su inoculación.

Solo hay que plantearse, ¿cuánta gente hubiera muerto si no hubiera habido vacunas? ¿Cuánta covid persistente se ha evitado con las vacunas? ¿Cuántas secuelas poscovid se hubieran producido en personas que hubieran desarrollado la enfermedad y que no se han infectado por estar vacunadas? Las estadísticas y los números son contundentes, solo hay que ver fallecidos antes de la vacunación y fallecidos tras la vacunación de casi toda la población.

Hay que seguir investigando porque hay interrogantes que aún quedan por  contestar. Por ejemplo, ¿por qué un paciente con 28 años en principio sin ningún riesgo falleció de covid tras la temida tormenta de citoquinas, mientras otro infectado con 90 años permaneció asintomático? La clave está en la propia constitución genética de ambos y su relación con la forma en que responden al virus. Pero eso es algo que de momento no es abordable esclarecer aunque ya se están investigando tratamientos personalizados, es decir tratamientos para una persona determinada.

Queda mucho por hacer desde luego, pero el camino que se ha recorrido es largo. También eso hay que reconocerlo.

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