Otras miradas

Belleza y política: una crónica del estreno de 'Orlando', de Paul B. Preciado.

Coco Wiener

Estudiante de Bachillerato. Coautora de '(h)amor 6 trans'

El filósofo, escritor y comisario de arte, Paul B. Preciado, y la actriz Koiangelis Brawns durante la presentación de "Orlando, mi biografía política", este sábado, en la sección Zabaltegi del 71 Festival Internacional de Cine de San Sebastián. EFE/ Javier Etxezarreta
El filósofo, escritor y comisario de arte, Paul B. Preciado, y la actriz Koiangelis Brawns durante la presentación de "Orlando, mi biografía política", este sábado, en la sección Zabaltegi del 71 Festival Internacional de Cine de San Sebastián. EFE/ Javier Etxezarreta

El lunes me enteré de que Paul B. Preciado me había invitado a ver el estreno de su nueva película, Orlando: Mi biografía política, que se veía por primera vez en un cine de Madrid. Al día siguiente, correteaba por la habitación pensando en qué ponerme; al fin y al cabo mi madre lo había descrito como "el evento queer del año". Había temido muchas veces ir demasiado gay, pero nunca no ir lo suficiente.

Llego esa tarde a los Golem de Plaza España al lado de mi novia, con mi vestido más largo y rojo y sirviendo glamour. Ya en la calle de camino al cine, había visto pasar en cámara rápida muchas caras familiares de periodistas, editoras, escritorxs, y amigas bollo. Todx queer, todxs ilusionadxs.

La sala de cine es un mar de disidencias de lo hetero-cis, con algunos personajes queer icónicos de la ciudad. Delante de mí está Samantha Hudson,  ídole de todos mis amigos gays. Se apagan las luces y empieza.

Obvio que sabía del Orlando de Virginia Woolf, y hace un tiempo llegó a mí que Paul estaba haciendo un casting entre la gente de mi edad porque planeaba una película. Pero hasta llegar a esta sala no había visto ni un tráiler, ni había oído nada sobre ella.

La película es fascinante, poética, llena de ideas. Pero yo solo pude fijarme en el increíble reparto formado por toda clase de variedades de personas queer, en sus interpretaciones extraordinarias. Escuchando a la juventud trans contar sus historias sólo puedo pensar en mis antigues amigues de Euforia (asociación de familias trans-aliadas). Veo los pasillos de mi instituto, y me veo a mí, antes y después.  Mientras avanzan los minutos, me resulta cada vez más difícil discernir entre la historia de Orlando y las vidas reales de los performers. ¿Cómo es posible que la biografía de todas estas personas fuera escrita en 1928? ¿Cómo es posible que me estuviera perdiendo entre las palabras, entre los siglos, sin saber ya quién está verdaderamente hablando? Quizás somos todos.

En la charla posterior, hablando del proceso de los actores y actrices para acercarse a Orlando y hacer estas palabras escritas hace un siglo, suyas, me queda claro que las vidas que hemos acabado teniendo y las luchas que compartimos hasta hoy es lo que hace la magia colectiva de la performance. El talento aún ignorado, negado por la industria cinematográfica de lxs artistas trans, brilla en la película de Preciado como pocas veces se le ha permitido brillar. He estudiado francés cuatro años y no llego más allá del bonjour, pero sé que de no haber subtítulos, con verles me hubiera bastado para entender perfectamente lo que estaban transmitiendo.

Más allá de lo intelectual, literario y cinematográfico, hay diversión en la sala. Es más, cada una de las bromas es interna, sobre todo interna, y personal. Solo nosotrxs sabemos de lo que reímos y por qué lloramos. Hay complicidad en lo trans, en lo no binario, en lo queer. Y puedes escuchar bajito un "me ha pasado" o un "Dios yo", "Sí, soy", y risas.

Al terminar la película, Paul y Roberta Marrero se sientan por casualidad en los dos asientos vacíos a mi lado. Cuando aparecen los créditos y como una nueva fangirl alterada miro a Paul y las únicas palabras que pueden salir de mi boca son: "Qué maravilla has hecho".

Roberta dice que Paul ha vuelto a acercar dos fuerzas que a lo largo de los años se nos mostraban cada vez más opuestas, la belleza y la política. No puedo estar más de acuerdo. Mi nombre lleva siendo mi nombre desde que tengo 9 años pero aún no está en mi DNI. Nos pasa a muchísimes.

Con un final que nos muestra una utopía realizada en la que todos los Orlandos reciben su pasaporte, Paul deja atrás las tan vistas representaciones de violencia y opresión hacia las personas trans. Y abre paso al cambio y a la metamorfosis.

 

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