Carta con respuesta

Alfonso Grosso

No hace mucho que el mismísimo Nuncio del Papa declaró, ante ese lamentable espectáculo, que había que buscar formas más adecuadas para honrar a la Virgen. Pero, una vez más, en pleno siglo veintiuno, los de Almonte se han echado al monte y han vuelto a saltar la reja y raptar su imagen en el Rocío. Ni siquiera son conscientes de que lo que hacen no es sino una caricatura sacrílega del matrimonio por rapto. Es decir, lo más opuesto a la esencia del cristianismo, y al debido respeto a la Virgen y a la mujer en general. Su reprimida y desviada pasión sexual no atiende a razón ni a fe ilustrada alguna, así venga directamente del Evangelio o del Nuncio papal. Y encima creerán anticristiano y blasfemo el criticarlos, no lo que ellos mismos están haciendo.

DIEGO MAS MAS MADRID

Lo habrá leído en este periódico: este año los zánganos del Rocío han logrado matar a 23 caballos por inanición, agotamiento o malos tratos. Los caballos han muerto, según la Guardia Civil, "porque el que va arriba es más burro que el de abajo". Estoy de acuerdo. Me perdonará una evocación sentimental. Casi nadie se acuerda hoy de Alfonso Grosso y parte de la culpa quizá la tienen el Rocío y la Legión. Nadie como Grosso desenmascaró la monstruosa mamarrachada clasista que organizan los señoritos andaluces en el Rocío. Lo hizo en su (excelente) novela Con flores a María. Tuvo que presentarla escoltado por guardias de seguridad y contar la verdad del Rocío le costó descrédito, insultos y amenazas. No menos problemas le trajo su testimonio contra la Legión: Los invitados.

Había sido comunista y había escrito clásicos del realismo social como La zanja. Hoy a toda esa generación (López Salinas, López Pacheco, Ferres, etc.) nos la han metido en un olvido interesado, no sea que se nos ocurra leerlos y aprendamos algo. Su posición personal y política siempre fue arriesgada, incómoda y honesta. Llegó a mantener una huelga de hambre en solidaridad con unos trabajadores despedidos. Ensayó la llamada literatura experimental, pero yo creo que escribía demasiado bien para andarse con bernardinas; y además tenía cosas que contar. Los experimentos, con gaseosa. También escribió novelas flojas, por supuesto, aunque comerciales.

De poco le sirvió ese dinero. A mediados de los ochenta, el alcohol, la depresión y la enfermedad comenzaron a destruirle. Recuerdo la tristeza que sentí ante unas fotos en las que aparecía como aturdido, por la calle con unas zapatillas de andar por casa. Acabó en la miseria. Tras muchas gestiones el Ministerio le concedió una ayuda de dos millones de pesetas. Padecía Alzheimer y murió a los 67 años. Hacía años que ya había dejado de escribir. Yo no he dejado de leerle.

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