Carta con respuesta

Conductores sucidas

Estos días estamos viendo el precio del West Texas superar fugazmente los 90 dólares. Sin embargo, las calles siguen atascadas, prácticamente nadie decide dejar el coche por eso. Es que el petróleo todavía está barato. Nuestras ciudades, sobre todo la periferia, están diseñadas para el coche. Así que probablemente nos quitaremos de otras cosas antes que prescindir de él. Por eso resulta difícil aventurar hasta cuánto subirá el petróleo. Porque el problema al que nos enfrentaremos será una reducción del suministro disponible. No importará el precio, sencillamente no habrá más. Por tanto, el precio será aquel que nos haga renunciar a ir al trabajo en coche, a ir a la compra en coche, a importar productos del otro extremo del mundo.No preguntes cuánto puede subir el petróleo. Pregunta cuánto estás dispuesto a pagar antes de renunciar a él.

JUAN CARLOS CALVO BARRIOS, Madrid

No puedo dejar de darle la razón: yo sólo uso transporte público. Detesto el automóvil privado, aunque compadezco a quienes lo utilizan. ¿Ha visto cómo se transforman las personas al volante? Da pena verlas (y oírlas). El ensoberbecimiento y la prepotencia de los conductores es patético y obsceno. Si aparcan en doble fila y alguien les dice algo, responden casi con ira: "¡Es sólo un momentito!" ¿Se imagina que los demás hiciéramos lo mismo? Por ejemplo, yo me pongo a fumar y me indican que está prohibido. "¡Es sólo un cigarrito!", debería responder iracundo. ¿Se imagina que los peatones lleváramos claxon o bocina? Si se cruza una señora en nuestro camino o si un anciano va demasiado despacio: venga a pitar, vociferar e insultar, como los conductores. Fumar puede que no sea bueno para la salud, pero al menos no cretiniza, como lo hace el ser propietario de un automóvil.

Estoy de acuerdo con usted, pero no soy optimista. Todo está subordinado a los coches precisamente porque los coches son el lenguaje simbólico del poder. Corrijo: del abuso de poder. Todo consiste en ver quién puede más, quién la tiene más larga o quién avasalla con más contundecia al resto. De eso tratan los monovolúmenes. De eso tratan los ministros (y ministras) cortando el tráfico para pasar primero (rumbo a una fiesta, soy testigo). De eso van los semáforos que duran menos para los peatones. De eso va la publicidad de automóviles.

Nuestra cultura es la del privilegio y el abuso de poder, ¿cómo podríamos renunciar al coche, el símbolo que mejor representa esos valores? No es sólo su importancia económica: es que el automóvil encarna como ninguna otra cosa los impúdicos valores de nuestra sociedad. Todos los conductores, en mi opinión, son suicidas. Porque es la sociedad la que se destruye a sí misma.

RAFAEL REIG

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