Fue el filósofo Epicuro -un tipo que imaginamos regordete, luciendo túnica hasta las rodillas, con barba blanca y muy inteligente- quien dijo ya en la Antigua Atenas que el ser humano debe tender al "placer" (hedoné), y que "el sabio amará el campo".
No los silogismos, los gimnasios, la lógica militar y los batidos détox: el campito, el terruño, el verde que te quiero verde, amará la naturaleza, esa cosa de la que formamos parte y que no estamos cargando con una alegría aterradora.
Ese fue su primer mandamiento. Y ya entonces estaba algo cabreado y estresado, el pobre hombre, por los excesos del mármol que veía crecer sin control en las huertas cercanas a la polis. Fundó el famoso jardín en la ciudad (el primer camping urbano), un jardín que se cree que luego los romanos convirtieron en apartamentos (qué pocas cosas han cambiado).
Entonces Atenas era lo que hoy consideramos una ciudad media, con grandes monumentos y muchas discusiones en la plaza pública bajo sombreados porches, pero Epicuro ya sentía la añoranza de la naturaleza perdida, eso que hoy llamamos, tan proclives a hacer de todo una patología, la ecoansiedad.
El campista moderno es bastante epicúreo en este sentido: suele amar el campo y disfruta con las cosas más sencillas, como el filósofo griego (en lo sencillo estaba el verdadero hedoné, decía).
El sabio practica el dogma de la filia, la amistad entre iguales, un farmakon o medicina vital; y lo hace en un jardín o campito acomodado aspirando así alcanzar, por unos días, la escurridiza ataraxia: "la paz de espíritu".
A veces lo consigue y otras sucumbe a esas músicas estridentes de esos lugares con grandes piscinas amenizadas por unos monitores infantiles que parecen, por sus movimientos incombustibles, estar pasados de anfetamina. Pero quien ha conocido y disfruta del camping y de la naturaleza es difícil ya sacarlo de sus trece. En verano, si se tienen vacaciones, se presenta el momento idóneo para saciar esta hambre acumulada de árboles, de playas y montañas, de siestas hedonistas en una hamaca espartana.
Pequeñas ciudades-jardín que crecen por días. Gentes desconocidas e iguales que se reúnen bajo el cielo abierto y a veces conjurados por las estrellas. Pequeños poblados primitivos llenos de unas comodidades que nunca conoció el cromañón o el mismo Epicuro. En general (aunque depende del camping) encuentran paz.
Qué cocinar en un camping
Cocinar en estas condiciones epicúreas requiere, sin embargo, de un poco de idea y maña. Se pueden hacer platos excelentes, dignos del sabio de Samos, que aunque los primeros cristianos le pusieron fama de glotón o excesivo, aunque lo retrataran como un gorrino por defender el placer como principio vital, era en realidad un tipo frugal. "Dame un queso y seré feliz", dijo.
Dame poco y seré feliz. Esta es la máxima del cocinero campista. Ergo, la primera ley es que menos es más. Si no te organizas bien acabarás tirando comida, enredado bajo la mesa portátil, o sorprendido al ver cómo las hormigas o el sol han malogrado tu cena.
No es cosa de cálculo de estructuras, pero requiere adaptación. La ley natural es que el campista (y esto es extensivo a la caravana o furgoneta) dispone de menos espacio y de escasas herramientas para trabajar, especialmente si es itinerante. Deberás adaptar las recetas (nada de lasañas o pollos al horno). Las neveras suelen ser pequeñas, y el hielo tiende a deshacerse por la acción de la entropía natural.
Si eres campista errante, de los que te gusta vagabundear de un sitio a otro, de montaña a montaña o de playa a nueva bahía, la organización es básica. Con un queso de la zona, unas verduritas a la brasa y una ensalada, obtendrás el máximo manjar.
En los camping suele haber una zona de brasa donde cocinar. Lugares que por sus propias características se llevan bien con la carne o las hortalizas (calabacines, patatas envueltas en papel de aluminio, y berenjenas, por ejemplo).
El cocinero también debería hacerse con un fogoncillo de camping y entonces elaborar platos más complejos bajo la sombra de un árbol y siempre vigilando el fuego.
Es fundamental saber si se puede usar el fuego allí y cocinar siempre en el sitio idóneo. Es necesario pensar la comida con antelación y disponer de los materiales adecuados. Una olla (que servirá para pastas o arroces) y una sartén y/o plancha para las carnes o verduras. Un colador, por ejemplo. Lleva los utensilios de cocina necesarios (un cucharón y un tenedor de madera o plástico bastarán para cocinar). Hazte con una navaja o cuchillo para cortar y pelar. Y suma luego las especias (sal, pimienta negra, curry, ajo en polvo, comino, y aromáticas).
No puede faltar en estas condiciones la nevera portátil (las de poliestireno, aunque son más cutres, conservan muy bien el frío). Deberás contar con los pertinentes hielos para que los alimentos que vayas comprando por el camino no se pudran al mediodía.
Es sorprendente lo rápido que se pudren las cosas en la naturaleza en verano y al exterior. Ten tuppers herméticos para conservar los alimentos frescos y secos en su interior. Llévate una silla y una mesa plegable para cocinar en condiciones. El cocinero siente así, al prepararse la comida bajo las árboles, usando los productos de proximidad, que ha encontrado el auténtico placer epicúreo.
Las verduras en general aguantan bastante bien los viajes e inclemencias, y siempre pueden ayudarnos a cimentar cualquier plato. Tomates, calabacines, cebollas, berenjenas, pimientos rojos y verdes, y patatas, son grandes acompañantes en la ruta. No necesitas mucho. Un arroz blanco con cebolla y un poco de ajo, con perejil fresco, que salga un pelín caldoso y al dente, es un plato delicioso.
Los alimentos de bote, tipo lentejas, garbanzos u otras legumbres, o incluso carnes o marisco en lata, pueden ayudarte a confeccionar platos más sofisticados. Con unas lentejas de bote, unas patatas, cebolla, laurel, una guindilla de cayena, y abundante curry, te saldrán unas lentejas estilo indio magníficas y solo habrás empleado para ello una olla.
Piensa en platos que sean completos pero que a la vez necesiten pocos utensilios para cocinarlos. Que incluyan verduras, proteínas e hidratos de carbono. Con unas albóndigas de lata y salsa de tomate, champiñones, calabacín y queso, puedes hacer unos espaguetis dignos de Nápoles.
La plancha es lo más socorrido. Seguro que en la zona en la que te encuentras habrá especialidades, carnes o embutidos. Es una oportunidad para acercarte a una carnicería o mercado y probar sus viandas.
Utilizando la misma plancha puedes saltear verduras o champiñones y preparar luego la carne. Las ensaladas son igualmente fáciles de hacer en el camping, siempre que te hayas llevado aceite de oliva y vinagre. Lávalas bien, y si no las tomas en el momento es muy importante que se mantengan frescas (hay seres maléficos deseando conquistar tu lechuga).
Con los huevos hay que ir con mucho cuidado, por el peligro de la salmonelosis debido a las altas temperaturas. Por eso es fundamental que nuestra nevera esté siempre fresca y no dejarla nunca bajo el sol. Mejor consumir los huevos el mismo día o hacer una tortilla (de patatas o champiñones) en la sartén. También puedes hacer brochetas con trozos de carne o pescado y verduras. Llévate palillos, lo ensartas, y hazlo en la brasa del camping o en tu fogoncillo a la plancha.
Si estás en una zona de costa es muy sencillo hacer unas almejas al ajillo, por ejemplo, (con ajo, guindilla, pimentón, perejil y un poco de vino blanco). Las almejas se tienen que consumir muy frescas, inmediatamente, nada de dejarlas por ahí mientras te das un baño.
Cuando puedas, compra pan de pueblo, de hogaza, porque aguantará mejor el paso del tiempo, y siempre puedes tostarlo en la plancha para que salga crujiente. Con un poquito de aceite, tomate o un queso de la zona, tendrás un desayuno estupendo.
Una de las cosas a tener en muy en cuenta es la basura. Si te acercas a la naturaleza no es para dejarlo todo hecho un asco. Epicuro te expulsaría del jardín sin dudarlo, por guarro y miserable. La filia o amistad a hacer puñetas... Ten una bolsa para la basura siempre preparada en el campamento. Limpiar los platos y utensilios es otra de las necesidades primarias. A poder ser, usa un jabón ecológico.
Recuerda tener siempre guardada la comida, bien cerrada en bolsas y los cacharros limpios. De lo contrario es muy posible que recibas visitas inoportunas, desde el perro del vecino a las temibles hormigas rojas.
Y poco más necesitas saber, epicúreo de los camping. Estás obligado como el filósofo en su jardín a hacer comidas sencillas y sabrosas con pocos ingredientes. Un minimalismo que te dejará muy relajado. Ten un buen toldo para protegerte del sol y de la humedad nocturna.
Un ritual sencillo para esta vida de estrés tecnológico y de rumor constante. Es la recompensa de aún sentirse ligado a ese tiempo que ya nunca será, a ese río de Heráclito en el que dicen que nunca te bañas del mismo modo.
Comentarios
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