Rosas y espinas

Disputas adolescentes

56ccb680c5de8Las negociaciones entre partidos para formar gobierno empiezan a parecerse a los líos de ligues que se montan las pandillas adolescentes, con sus quedadas secretas en público, sus intercambios de whatsapp, sus no te junto, sus escenas de celos y sus corifeos cotillas, que no son otros que los agotadores tertulianos. España no vive su segunda transición, sino su segunda edad del pavo. Siempre acabamos trivializando las cosas, y donde era necesaria una refundación del país lo que estamos decidiendo es en que nalga nos ponemos el tatoo.

Ahora que se van a cumplir (bastante en silencio, por cierto) 80 años del glorioso alzamiento nacional, el guerracivilismo español ha cambiado el fusil por el iphone, y aunque es de agradecer por razones obvias el avance tecnológico, seguimos la misma senda del desencuentro nacional de siempre, ese que hasta ahora siempre acabó beneficiando a lo viejo, lo caduco, lo carcomido, lo inmovilista: o sea, al viejo orden.

56ccb9038bbb4Pedro Sánchez se parece cada vez más a la reina pandillera del coqueteo. Pablo Iglesias es el malote con encanto que gusta pero asusta, y que no convence nada a las madres (Felipe, Guerra, Corcuera, etc.). Albert Rivera es su némesis, el correcto joven bien perfumado que siempre tiene una palabra galante, una asignatura que estudiar, dinero para invitar a las chicas y un deje de perfección excesiva que hace desconfiar a los inteligentes. Y por supuesto, está Alberto Garzón, el buenazo de la pandilla, el que presta su habitación para los escarceos amorosos de sus colegas ocultando siempre que también, en el fondo, ama a la bella (o bello) inconstante.

La nueva política era esto, o sea. Un guirigay de hormonas desatadas, un carnaval de disimulos, un caprichoso deshojar las margaritas de invierno. A mí no me parece mal. Nuestra democracia se ha desarrollado sin vivir la juventud, pues sus primeros años los pasó encerrada en la casa opresora de los abuelos franquistas, y ahora de lo que nos damos cuenta es de que necesitábamos esto, una recuperación de la inocencia torpe de los primeros besos, de los primeros rencores, de los primeros odios, de todo eso que no nos dejaron vivir en su hora.

Como los adolescentes en las pandillas, también nuestros jóvenes, inquietos y sentimentalmente indocumentados amantes gozan de la sobrexposición de sus amores, ora a través de twitter ora a través de una rueda de prensa, y gustan de dramatizar sus pequeños desencuentros y cuitas delante de cualquiera dispuesto a escucharlos (que somos todos, pues nos pierde el morbo y el cotilleo).

A la gente, en general, todo este proceso negociador le puede parecer una simple comedia de enredos con acné, al modo del Sueño de una noche de verano o así, pero precisamente en su puerilidad, en la inocencia patosa de sus protagonistas, en el olor a goma de borrar y plastelina que inunda hoy el Congreso puede habitar nuestra penúltima esperanza.

"El niño que no juega no es niño, pero el hombre que no juega perdió para siempre al niño que vivía en él y que le hará mucha falta", decía Pablo Neruda. Eso es lo que le sucedió a España. Y eso es lo que hoy, con toda esta tontería de consecuencias indescifrables, estamos recuperando. Me quiere, no me quiere. Bonito es.

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