Rosas y espinas

2023: la izquierda en alerta roja

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y la vicepresidenta segunda y ministra de Trabajo y Economía Social, Yolanda Díaz, en una sesión plenaria en el Congreso de los Diputados. E.P./Alejandro Martínez Vélez
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y la vicepresidenta segunda y ministra de Trabajo y Economía Social, Yolanda Díaz, en una sesión plenaria en el Congreso de los Diputados. E.P./Alejandro Martínez Vélez

Así como sin quererlo, entramos en un nuevo año de excesos electorales, con sus clásicas urnas, sus tradicionales fakes y su no menos entrañable división de la izquierda. Pero yo creo que nunca habíamos enfrentado la disyuntiva de elegir entre unos líderes tan raros, tan líquidos, tan herméticos, tan adornados de ambigüedades.

De Pedro Sánchez aun no sabemos si es de izquierdas, de centro o de derechas, un día postrado ante el rey de Abu Dabi y manteniendo la ley mordaza y la normalización de los asesinatos en la frontera marroquí, y al día siguiente regalándonos algunas de las medidas de protección social más ambiciosas de nuestra historia democrática, que ya no es tan corta.

Sánchez es un tipo tan peculiar que consigue que percibamos que sus peores enemigos no son el PP y Vox, sino sus propios barones, los lambanes y varas de turno que ejercen la oposición con más fiereza y criterio que sus enemigos naturales. Al lado del berrinche incesante de Lambán y Fernández Vara, Arnaldo Otegi y Gabriel Rufián se nos aparecen cual dos fieles escuderos del socialista, siempre cabalgando a la vera legislativa del presidente con sus flacos rocines periféricos. Yo, al menos, nunca esperé de este gobierno frankenstein tal grado de cohesión y lealtad, incluso en los momentos más decepcionantes.

Ahora, además del liderazgo de la Internacional Socialista, Sánchez llegará a las elecciones generales, salvo catástrofe, ejerciendo la presidencia de turno en la Unión Europea. Ese barniz de estadista transfronterizo le va a quedar más a medida que sus trajes, con la percha que tiene este hombre, y seguramente acallará el vociferio paleosocialista procedente de los ya citados barones, de los felipes, los guerras y los bonos: una cosa es hacer el ridículo en España y otra diferente poner en almoneda tu prestigio intelectual y político en Europa denigrando al presidente de la UE. A Felipe, más allá de los Pirineos, aun lo aprecian como el factotum de la desfastización social y política de España. Ingenuos. Y no se va a atrever a mancillar aquella leyenda repitiendo, en un inglés que no sabe, las tonterías que difunde en Murcia o Alpedrete para regocijo de las portadas de La Razón.

A Alberto Núñez Fakejóo le sucede lo mismo con Isabel Díaz Ayuso, criptonita de su más que discutible moderación. Pero la diferencia es que a la derecha le cuesta más abstenerse, y los que se vayan a Vox volverán al redil por otra vía. Resulta paradójico observar como los antidemócratas votan con más entusiasmo que los demócratas. Esa es mi España.

Lo de Yolanda Díaz es de Íker Jiménez. Ha intentado evitar liderazgos personalistas, su presencia pública se circunscribe a su ejercicio ministerial, procura no meterse en charcos ni significarse en asuntos polémicos, pero a base de tanto esconderse acaba apareciendo en todas partes. Una de las grandes debilidades de Podemos fue el caudillismo excesivo (al menos aparente) de Pablo Iglesias, que hasta llegó a plantar su careto en la papeleta electoral y a separarse de una novia vía comunicado público, como un personaje de La isla de las tentaciones o un Nobel amante de la Preysler.

Yolanda Díaz y su proyecto han evitado con tal ahínco la sobrexposición en plan PI que su ausencia lo ocupa todo, y su silencio llena todo de ruido. Su vicepresidencia ha sido de las más fructíferas de la democracia, pero su proyecto electoral es una incógnita escondida en un enigma y colocada en la mitad de una escalera gallega, de esas que no se sabe si se suben o se bajan.

Sánchez sabe que la necesita más que Fakejóo a Abascal, pues mucha abstención podemita (perdón por generalizar) jamás recalará en el PSOE, al contrario de lo que sucede en las derechas. Se resignará a la abstención y tendremos a Santiago Abascal como vicepresidente, la España que madruga, con lo cual habrá que celebrar los consejos de ministros a las cinco de la tarde, hora razonable y de toreo y a la que Hermann Tertsch ya está entonado.

Nos espera un año apasionante. Desde la izquierda, espero que no se desapasione. La izquierda debe permanecer en alerta roja, si no quiere que se ayusice y abascalice toda España. Desde las locales y autonómicas, donde dicen que Yolanda Díaz ya está cubileteando subrepticiamente. Espero que sea verdad.

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