Rosas y espinas

Llamémonos gilipollas

Llamémonos gilipollas
Una imagen de archivo del cómico canario Ignatius Farray. COMEDY CENTRAL

Una vez constatado que los politólogos, los sociólogos, los expertos en economía, los tezanos, los augures catastrofistas, los filósofos, los historiadores, los premios nobeles en todología, los tertulianos y los instagramers de izquierda no tienen ni puta idea de por qué ha pasado lo que ha pasado, a mí me queda el refugio de los humoristas. Ellos sí me van diciendo lo que ha pasado.

Los humoristas gráficos de periódicos y revistas siempre han sido los únicos relatores de realidades certeras en el mundo mediático. Si uno se quería informar en el tardofranquismo de lo que ocurría, no leía el ABC, sino Hermano Lobo La Codorniz. Porque el fascismo nunca ha gozado de sentido del humor, y ni siquiera se daba cuenta del carácter revolucionario de aquellos caricatos. Las palabras les daban miedo. No podías escribir un artículo sobre la pobreza en España. Pero sí podías pintarla. Era solo un tebeo.

Antonio Altarriba (premio nacional de cómic) me decía en una entrevista con CTXT: "Según Franco, los españoles siempre cogíamos las rutas imperiales [...] En los tebeos de Bruguera te encontrabas la España real, en la que nadie tenía un duro. Carpanta, que vivía debajo de un puente al principio, y siempre acababa soñando con un pavo o pollo asado, con el desarrollismo ya se instala en un apartamento con televisión y todo. Piensa también en doña Benita y don Pío, cuya peor pesadilla era siempre pedir un aumento de sueldo en la oficina. La única manera de darse un banquete opíparo, que era como se decía en los tebeos, era ir a un restaurante y salir sin pagar, pero siempre los cogían y acababan fregando platos. Eran monigotes y no les daban mucha importancia". Y a través de los monigotes, del humor, quizá no se hacía revolución, pero a la gente de poca lectura se le proporcionaba, al menos, autoconsciencia.

O sea, que la realidad española llegaba al pueblo llano (el que no podía leer por falta de recursos académicos o económicos: Franco dejó una España con un 9% de analfabetismo) a través de Carpanta y de Zipi y Zape, que siempre acababan encerrados en el cuarto de los ratones (hoy, don Pantuflo sería encarcelado por maltrato infantil; mañana no sé. Mañana lo mismo, tal y como votamos, se volverá a consentir el maltrato a los niños en casa y en las escuelas. Hemos votado el cuarto de los ratones, niños, que no otra cosa representa Vox, el viejo fascismo de don Pantuflo con el que va a pactar el PP).


En las épocas de las que hablo, el humor también era perseguido. Lo triste es que también lo sea ahora. El Jueves fue secuestrado kiosko a kiosko por un aparato policial digno de las más encantadoras dictaduras militares latinoamericanas no hace tantos años. Su delito: hacer una broma sexual sobre Felipe VI, Letizia y una ayuda que daba Zapatero a la natalidad. Secuestrar una revista por un monigote (que diría Antonio Altarriba) es imposiblemente democrático.

Cuento mi rollo porque esta mañana divagábamos mi jefe y yo buscando de qué escribir, pues con todo este lío electoral andamos todos escribiendo de lo mismo, y vamos a llegar a aburrir tanto al respetable como los desacuerdos de la izquierda. Y el cabrón me mandó un wasap con este tuit del humorista, periodista, guionista y otras delincuencias Ignatius Farray:

Llamémonos gilipollas


Llamémonos gilipollas

Yo no sé si Ignatius Farray lo dice en serio o en broma. Si es humor, es certeza. Es palabra de humorista, y por lo tanto abre puertas. Señoritas y señoritos de esta derrotada izquierda, empecemos a reírnos de nosotros mismos para empezar a tomarnos un poco en serio. Y, como Ignatius Farray, llamémonos gilipollas.

 

 

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