Rosas y espinas

Las brujas de Lavapiés

La líder de Podemos y ministra de Derechos Sociales en funciones, Ione Belarra (i), y la titular de Igualdad, Irene Montero (d) durante el acto de este sábado en el Círculo de Bellas Artes. Fernando Alvarado / EFE
La líder de Podemos y ministra de Derechos Sociales en funciones, Ione Belarra (i), y la titular de Igualdad, Irene Montero (d) durante el acto de este sábado en el Círculo de Bellas Artes. Fernando Alvarado / EFE

Hace ya bastantes años escribí en estas mismas hojas volanderas que Podemos vivía una gran contradicción por el hecho de tener un líder macho y alfa. Y no por hacer de menos a Pablo Iglesias, a quien consideraba y considero una de las figuras de más estatura política, intelectual y ética que hemos gozado los españoles (en algo tenía que estar yo de acuerdo con Luis María Ansón). Lo contradictorio era que el líder de Podemos no fuera una mujer. No era un sentimiento racional ni verificable, más bien veleidoso y aleve, pero la necesidad de un liderazgo femenino flotaba ya en el polen de Machirulandia.

Años más tarde, tal que este sábado en el Círculo de Bellas Artes (no se pudo celebrar en Lavapiés por la lluvia), Podemos se escenificaba como un cónclave de libertades guiando al pueblo y un aquelarre de brujas feministas de Zugarramundi, todo a la vez. En el estrado, el noble soldado Julio Rodríguez parecía un personaje de viñeta con vocación de ser borrado, más solo que Rubiales entre mujeres, mujeres y mujeres.

Con el PP sometido a los cinturones de castidad de Vox, en la izquierda se suscita una cruenta batalla para ver quién es más feminista. Este mismo sábado, contraprogramando a Podemos, Carmen Calvo declaró que el nuevo Ministerio de Igualdad debería caer en manos socialistas. Se estaba, evidentemente, postulando a sí misma. Doctorados en feminismo no le faltan a Calvo, pero yo no sé cómo sentaría que llevara ahora "la batuta" del Ministerio de Igualdad el mismo partido que hace solo unos meses tumbó y ridiculizó la ley del solo sí es sí haciéndose cómplice felón del Partido Popular, que hoy significa lo mismo que ser cómplice de Vox.

Como todo el mundo sabe, las brujas fueron un invento pre-inquisitorial para acabar con el poder de mujeres que, por una u otra razón, destacaban y tenían influencia social o científica. Es exactamente lo que le ha sucedido a las brujas de Lavapiés, sobre todo a Irene Montero y a Vicky Rosell. Ya no las queman en las plazas ni las torturan en las mazmorras, pues no quedaría estético en las redes sociales. Sus hogueras se plantan en los medios de comunicación, en los juzgados y, lo que es más triste, en los caminos políticos que transitan sus propios compañeros de viaje.

En su aquelarre de este sábado, las brujas de Lavapiés se pusieron zugarramundistas y #SeAcabó y exigieron a Pedro Sánchez la continuidad de Irene Montero en el Ministerio de Igualdad. Demanda que no creo que el PSOE esté dispuesto a admitir. La bruja Montero, desde su hoguera, ha dado demasiada luz: Ursula von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea, acaba de reivindicar el solo sí es sí como eje de la política de igualdad continental; Montero fue hiperbólicamente elogiada por la revista Time y es habitual objeto de interés de la prensa internacional; protagonista del reciente debate sobre condición de la mujer en la Asamblea General de la ONU; y "es guapa, aseada, lista y bien vestida, que es lo que más jode a los fascistas" (esta frase me la repetía mi amigo Félix Arija, maestro de escuela y de taberna que se me acaba de morir).

En el paquete de exigencias a Pedro Sánchez que las brujas de Lavapiés hicieron público este sábado, Ione Belarra no pide una vicepresidencia o un ministerio para sí, sino para su compañera. Llevo toda mi larga e insustancial vida estudiando avatares políticos y nunca había observado nada igual. Cosas de tías, Rubiales, pa que lo entiendas.

No olvidemos que Pedro Sánchez tiene experiencia en vetos. En 2019, vetó a Pablo Iglesias: "No me puedo permitir el lujo de tener a un vicepresidente del Gobierno con una divergencia muy seria en un área fundamental. Yo necesito un vicepresidente que defienda la democracia, que diga que este país es un Estado democrático y de Derecho, que el Poder Judicial es independiente del Ejecutivo". Por supuesto, Pablo Iglesias acabó siendo vicepresidente. Y hasta se permitió el lujazo de elegir a dedo a su sucesora. Pedro Sánchez no gana todas las batallas, como dice el mito. Pierde casi todas las que combate a su izquierda.

Podemos necesita renacer, y las mujeres saben mucho más de nacimientos que los hombres. No sé por qué, el acto de este sábado en Lavapiés me dejó el regusto de que Podemos se está preparando para una repetición electoral. El PSOE maneja encuestas que mejoran sus resultados, se rumorea en los mentideros. Sánchez, apasionado del puenting político, te convoca nuevas elecciones por un quítame allá esas pajas o esas irenes, como ya está demostrado. Tras el relativo fiasco de Sumar en estas generales, Podemos ya tiene otra vez legitimidad para presentarse a unas primarias y conseguir que las brujas de Lavapiés se hagan con el control de la coalición en una inminente llamada a las urnas. Para la izquierda es un riesgo y una tentación. A ver quién carga con el muerto si PP y Vox suman mayoría absoluta, queridas brujas. En tal caso os volverían a quemar, y esta vez con razón.

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