Rosas y espinas

Voxificación y mala educación

Voxificación y mala educación
Un manifestante en las inmediaciones de una protesta organizada por Vox , noviembre de 2022, en Madrid.- EP

Hay pueblos pequeños donde suceden cosas importantes que afectan a toda la humanidad, como el famoso efecto mariposa, que nos dice que el aleteo de una mariposa en Hong Kong puede provocar un huracán en New York.

En Catoira, por ejemplo, el que fue alcalde del PSOE durante treinta años se ha negado a entregarle el bastón consistorial al candidato del Bloque Nacionalista Galego, que ganó estas últimas elecciones por mayoría absoluta. Comprendo que PP y Vox, en su deriva trumpista, consideren ilegítimos todos los gobiernos que no hayan salido de la punta de sus cuernos. Si no les votan, embisten, como sucedió en el ahora por fin judicializado asalto al Capitolio.

Pero que un alcalde socialista y también presuntamente obrero no tenga la dignidad de levantarse y entregarle el símbolo de su poder a quien se lo ha ganado democráticamente, es algo que nos tiene que empezar a preocupar casi oncológicamente. El desprecio a la democracia se va extendiendo desde que apareció Vox, y convirtió el Congreso de los diputados, los parlamentos autonómicos y los ayuntamientos en el cirquillo de sus payasadas. Ya no se debate con el contrario. Basta con el griterío, la pataleta y la descalificación baratas.

Y, desde que Vox empezó a practicar con firmeza halterofílica esta negación del diálogo, su enfermedad vigoréxica en busca de la merma de cerebros se ha ido extendiendo no solo por las instituciones, sino entre muchos de nuestros otros representantes democráticos. Como este viejo alcalde socialista de Catoira, desde 1979 instalado en unos cargos u otros del concello, a quien no le importa imitar las actitudes neofascistas de Vox y el PP y negar, al ganador de unas elecciones democráticas, el elegante gesto de entregar el bastón de mando.

--Cógelo tú --, dijo con desprecio desde la mesa de edad del ayuntamiento.

Lo malo de estos fascistas que, desde Aznar, están copando nuestras instituciones, no es que sean ineptos, mentirosos, ladrones y maleducados, sino que nos estén contagiando a todos su mala educación. Un socialista, solo por el hecho de ser socialista, debe levantarse y entregar ese bastón con humildad de demócrata. Nos estamos voxerizando todos, y esa es la gran arma del fascismo: chillan tanto que ya no se puede escuchar al elegante que susurra, y al final nos convierten a todos en chillones. Y en esto se acabaron el diálogo, el susurro, el gemido, la convivencia, el humor y el amor.

Si nos voxificamos las presuntas izquierdas, como el alcalde socialista de Catoira, se clausuró la democracia. Y nos podemos dar no solo por vencidos, sino por ridiculizados. No hay nada más ridículo en democracia que aceptar las reglas de juego de la protointeligencia fascista: mensajes simples y gestos grandilocuentes y estúpidos como este del defenestrado alcalde de Catoira.

Catoira fue en la Edad Media uno de los puertos defensivos más importantes de Europa, con una fortaleza impresionante que soportó, mal que bien, las entradas a Galicia de las flotas vikingas y sarracenas. Solo decayó, como fortaleza, cuando el antiguo reino de Galicia se dejó canibalizar desde León y fue perdiendo sus esencias y su importancia estratégica, comercial y geográfica.

En Galicia, a los de Catoira les llamamos directamente vikingos. No son más de 3.000 habitantes, pero en nuestra historia constan como el pueblo que repelió tantas invasiones que resulta raro ver ahora cómo el voxismo desembarca con esta soltura en sus costas. Incluso desde el PSOE, pues allí Vox no tiene representación. No habrá conseguido concejales, pero su estilo de hacer política ha llegado hasta allí. Hasta su PSOE. Y esa invasión fascista, con más cuernos que casco, es la que a mí más me preocupa. La invasión de la mala educación.

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