Rosas y espinas

Europa nazi

La presidenta de la Comisión Europea, Ursula Von der Leyen, y el primer ministro de Israel, Benjamín Netanyahu. — Europa Press / GPO
La presidenta de la Comisión Europea, Ursula Von der Leyen, y el primer ministro de Israel, Benjamín Netanyahu. — Europa Press / GPO

No nos autoengañemos. Europa es nazi. El gobierno progresista de España, con su apoyo a Israel, es nazi. El judío Benjamin Netanyahu acaba de decir pública y notoriamente que "Hitler no quería exterminar a los judíos", y por tanto es un judío nazi. Tú y yo somos nazis. Quitémonos las caretas. Estamos viviendo exactamente lo que se vivió con el nazismo en la primera mitad del siglo XX. La progresía burguesa y proletaria occidental dormita en actitud tan crítica como contemplativa. Cuánto daño han hecho a la revolución los sofás baratos de Ikea. Ser contemplativo ante el nazismo es ser nazi.

La presidenta de la la Comisión Europea, Ursula von der Lyden, da respaldo al genocidio israelí sin ser entrullada inmediatamente por crímenes de guerra, mientras Julian Assange, por denunciar ante el mundo los crímenes de guerra perpetrados por el Ejército estadounidense, lleva cuatro años enajenado y enloquecido en una prisión británica. Y la sociedad biempensante escribimos muchos tuits y despotricamos contra muchas teles, pero nunca hacemos nada. Por tanto somos nazis por omisión. No somos ni siquiera capaces de sacar del talego a Julian Assange, pero qué bien tuiteamos y despotricamos. Como los antinazis de salón que, con un té en una mano y un whisky en la otra, vieron pasar ante sus narices el auge del nazismo y se lavaron sin percatarse con aromáticos jabones fabricados con grasa de judíos muertos.

Francia, la cuna de la igualdad, la fraternidad y la libertad, ha prohibido manifestaciones públicas en apoyo al pueblo palestino. Emmanuel Macron ha mandado a la Policía democrática a apalizar al pueblo francés que sale a las calles para combatir un genocidio. Lo mismo sucede en Italia. Somos lo que votamos pero, sobre todo, somos lo que vomitamos. Y vomitamos y votamos Policía, Ejército y odio contra el débil. No sé si me estoy poniendo muy pesado, pero parecemos nazis. Y no hay que equivocarse: ningún policía ni militar es responsable de esta represión. Somos nosotros. Los europeos progres del sofá de Ikea. Los que, muy indignados, nos dejamos hacer. Somos los nazis de la inacción y la buena conciencia, que son los nazis más numerosos, civilizados e inquietantes.

Cuando yo era joven, idealista e insustancial, me hicieron creer que Europa era la avanzadilla humanitaria del mundo. Que la sola Unión Europea, con su prestigio ético desde 1789 y estético desde Beethoven, sería capaz de hacer derivar el mundo hacia posiciones más racionales y descartianas que las que defendían los gobiernos supremacistas y belicosos de EEUU y su OTAN.

Se me acabó la tontería antes de cumplir los treinta, cuando EEUU y la OTAN se inventaron una guerra en el corazón de Europa, en la vieja Yugoslavia. Era un toque de atención: Europa tiene que poner freno a su idealismo e invertir en armamento y odio.

Ahora EEUU y la OTAN se han metido en Ucrania y han provocado otra guerra europea. Y, como entonces, nos han exigido unanimidad para elegir entre buenos y malos. Los nazis nos van educando muy bien. Elegimos a los buenos, que son los pobres ucranianos que portan símbolos nazis en sus uniformes y que antes de la guerra ataban a los rusófonos a las farolas, les bajaban los pantalones y los mataban a latigazos. O elegimos a los otros buenos, que son los rusos del sátrapa Vladimir Putin, que suele invitar a sus rivales a caviares de plutonio enriquecido y que se distrae financiando a la ultraderecha paramilitar de cualquier lugar del continente. Muy europeísta no parece ninguna de las dos inclinaciones.

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