Tiempo real

Una foto

toulouse-ok.jpgLa sala elegante está colmada de paseanderos que, a esa hora de la tarde y dado el frío de la calle, se refugian en un té o un chocolate bien caliente. El azar se pone de parte nuestra y enseguida ocupamos, los cinco de nuestra comitiva, una de las mesas pegadas a los espejos del fondo. Antes de sentarme en una silla, frente al espejo, desde la cual, girándome apenas, dominaré el local con mi cámara, dejo pasar a una mujer bellísima que, radiante, sonriente, ocupa la banqueta junto a la nuestra, cara a un muchacho de barba incipiente que, a primera vista, poco habrá hecho para merecer tan descollante compañía. La señora, muy joven y sin maquillaje, tiene los ojos desmesuradamente abiertos, se alisa los cabellos, su sonrisa inteligente se derrama sobre su compañero, no me parece que mi cámara le haya llamado la atención.
¿Cómo fotografiarla? Si me inclino un poco y simulo fotografiar la ristra de mesas que siguen a la suya, tal vez logre encuadrarla bien a último momento, justo antes de disparar. Espero que mi sobrina termine una frase y suavemente la aparto de la línea de mira. Finjo interesarme en lo que hay más allá de nuestra deslumbrante vecina, finjo manipular mi objetivo como para adaptarlo a un plano general, corrijo el enfoque y disparo varias fotos, primero apaisadas, luego, ya más francamente indiscreto, verticales. La vecina mira a su compañero y sorbe su té, siempre con esos ojazos indiscutibles y el dibujo preciso de una sonrisa en los labios.
Me inclino más y encuadro bien a la pareja, ya sin que me importe que se den cuenta o no. Aparentemente no.

En ese momento veo por el visor una señora gorda, a tres mesas de distancia, que me señala furiosa. Disparo y miro en otra dirección, pero la gorda ya se me acerca y, a los gritos, me reprocha haber fotografiado a su pequeña, una niña de unos siete años de cuya presencia ni me había dado cuenta. "¡Usted ha fotografiado a mi niña!", me grita, como tachándome de pedófilo. "No, señora, no la he fotografiado", le digo con calma. La gorda alarga la mano para tocar mi cámara, quiere ver la foto. Sin brusquedad pero con firmeza, la aparto: mi cámara no se toca. No es digital, eso la desconcierta y vuelve a su mesa.
En otra mesa un grupo de muchachos se ríen de la escena, me miran con complicidad, me dicen: "Señor, ¿nos hace una foto?". Largo la carcajada y hago la foto. Miro a mi bella vecina, que me mira riendo con simpatía. Me alzo, me acerco a ella y le digo en voz baja: "A quien estaba fotografiando era usted".
"Merci", me dice, halagada, en este civilizadísimo local de Toulouse en plenas fiestas navideñas.

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