Trabajar cansa

Los que siempre pierden el avión

"Una vez que se dé una salida digna a los ‘sin techo’, pondríamos en marcha un control de acceso en horario nocturno." -José Sanz Dodero, director adjunto del Aeropuerto de Barajas- 

                     

El aeropuerto es uno de los escenarios icónicos de nuestro tiempo. Aunque Augé lo incluyó entre los "no lugares", ha acabado por ser en un lugar con mucha más significación de la prevista, sobreponiéndose a su condición de tránsito. El cine lo ha fijado más en nuestro imaginario, como un escenario central lleno de resonancias y significados, y con un potencial metafórico considerable. De ahí el impacto que nos provocan las noticias sobre las docenas de personas que duermen en las terminales de Barajas.

Por ahora no son muy visibles, ocupan rincones apartados. Pero saber que están ahí, que han hecho del aeropuerto su casa, ya nos inquieta. Los indigentes que recorren las terminales cargados de bultos o duermen en el suelo usando sus bolsas como almohada son el reflejo deformado de quienes igualmente arrastramos maletas por allí o dormitamos en el suelo por el retraso de un vuelo. Su confinamiento aeroportuario, que en algunos casos dura ya varios años, contrasta brutalmente con el paso fugaz que los viajeros hacemos por las mismas instalaciones.

Pero hay más. La presencia de los sin techo en un lugar tan emblemático del capitalismo avanzado como es un aeropuerto –y más en un edificio de estética tan victoriosa como la apabullante T4 madrileña-, tiene algo de ocupación y denuncia, de manifestación de todo aquello que no funciona, más allá de la actual crisis, ya que coloca a los derrotados del sistema en el mismo espacio que parecía reservado para sus triunfadores.

Recuerden que los aeropuertos eran, en sus inicios, espacios exclusivos, cuando volar era privilegio de unos pocos, un signo de distinción asociado a la riqueza o al éxito profesional. Con el tiempo, coger un avión se fue volviendo algo rutinario para miles de trabajadores, y finalmente las compañías low-cost hicieron que el aeropuerto dejase de ser un coto elitista para ser tomado por la clase media. Siguiendo esa evolución, llegan ahora los mendigos, para demostrar que la miseria no respeta nada. Ni el viejo sueño tan humano de volar.

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