Trabajar cansa

Las elecciones de la ilusión

 

Desde luego, las elecciones del 20-N van a ser las elecciones de la ilusión: la ilusión de ganar la porra que todos estamos haciendo con compañeros de trabajo, amigos y familiares sobre el resultado de las urnas, pues a falta de mayores alicientes, al menos podemos ganarnos unas cañas.

Más allá de la porra, la ilusión escasea. Ni están los tiempos para ilusionarse, ni ponen muchas ganas los candidatos (todos parecen conformes con el resultado anticipado por los sondeos). En cuanto a los ciudadanos, fuera de los círculos más militantes no conozco a nadie loco por votar el 20-N, y más bien acudimos a las urnas con resignación. Hay una mayoría que quiere poner fin al gobierno de Zapatero, sí, pero no se corresponde con una mayoría equivalente que quiera a Rajoy presidente.

La encuesta del CIS retrató ayer lo alicaído que está el ánimo colectivo: aunque sólo un 5,5% considera buena o muy buena la gestión del PSOE, apenas un 11% valora positiva la oposición del PP. Un 82% cree que Rajoy ganará, pero sólo a un 33,5% le gustaría que lo lograse; entre otras cosas porque el candidato popular inspira poca o ninguna confianza al 71%, menos incluso de la que despierta Rubalcaba. Y pese a todo, el mismo sondeo da 195 diputados al PP.

Que un partido que no inspira confianza y cuya labor de oposición causa rechazo esté a punto de hacerse con una mayoría más que absoluta da la medida de los estragos causados por el bipartidismo. Pero también lo da que un partido tan desacreditado como el PSOE consiga con todo 120 diputados, que tal vez acaben siendo más si algún indeciso se decide. El bipartidismo es eso: por mal que lo hagan unos y otros, se repartirán el 90% de los escaños.

Un bipartidismo que está en el sistema electoral, por supuesto, y poco interés tendrán ambos partidos en cambiar un sistema que les facilita un techo y un suelo como esos. Pero el bipartidismo es también mental, y eso cuesta cambiarlo casi más que la Constitución. Ese fatalismo con que muchos se resignan a elegir el mal menor en cada caso, y se conforman con ganar la porra en la oficina.

 

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