Trabajar cansa

El otoño europeo

 

Frente a la Primavera Árabe, que se ha cobrado ya varias cabezas reinantes en el Norte de África, Europa vive su particular otoño, que también le está costando el sillón a unos cuantos. No, ya sé que no tienen nada que ver los gobiernos dictatoriales del Magreb con las democracias europeas. Pero sobre todo se diferencian en la forma en que dejan el poder a un lado u otro del mediterráneo: mientras allí han sucumbido a revoluciones populares, aquí son la crisis y los poderes económicos quienes están recolectando cadáveres políticos.

Acaba de caer Papandreu en Grecia, tras el órdago del referéndum, siguiendo los pasos de Sócrates en Portugal, que dimitió en marzo tras resignarse al rescate europeo, y que después perdió las elecciones. El siguiente de la baraja puede ser Berlusconi, acorralado en el Parlamento mientras el FMI visita Italia para vigilar el cumplimiento del ajuste. Lo que no consiguieron la corrupción, las velinas ni las muchas excentricidades del millonario primer ministro, lo va a conseguir la crisis.

Tras Portugal, Grecia e Italia, llegará el turno de Zapatero-Rubalcaba en las urnas, punto final a un largo viacrucis; y en primavera tal vez le toque también a Sarkozy en las presidenciales. Tampoco Merkel se siente muy segura en su sillón, después de perder seis elecciones regionales en lo que va de año.

Ese es el otoño europeo, que va devorando a los gobernantes. Pero a diferencia de la Primavera Árabe, aquí sólo ruedan cabezas pero nada cambia: con o sin ellos la política económica seguirá siendo la misma, la dictada por el FMI y el BCE, con cada vez mayores vueltas de tuerca sobre los ciudadanos. De hecho, la alternativa a los gobernantes caídos ha pasado hasta ahora por un giro a la derecha (Portugal y pronto España), y por la formación de gobiernos de unidad nacional o de perfil técnico, como en Grecia, donde el principal candidato es el ex gobernador del Banco Central, y ex vicepresidente del BCE, y como probablemente pasará en Italia si cede Berlusconi.

Nadie llora por los gobernantes caídos, pero tampoco hay mucha fiesta.

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