Traducción inversa

Estemírova como ejemplo

  Suele decirse que el periodismo consiste en revelar aquello que alguien tiene interés en ocultar. Alguien: los poderosos del mundo, los oscuros habitantes del otro lado de la ley, los aspirantes a una impunidad bien remunerada. Explicar esto cómodamente sentado en una butaca reclinable en un país aproximadamente pacífico y democrático es muy fácil. Sin embargo, hay mucha gente que se juega la vida en el oficio y, en demasiadas ocasiones, la pierde.  El miércoles pasado fue encontrado en Gari-Yurt (Ingushetia, en la antigua Unión Soviética) el cadáver de Natalia Estemírova, una maestra que indagaba las violaciones de los derechos humanos en Chechenia. Al día siguiente Ramzan Kadírov, el presidente checheno, salió en televisión con el rostro compungido y aseguró que se investigaría el caso exhaustivamente. En realidad, son muchos los que señalan al propio Kadírov como el máximo beneficiado con esa muerte, puesto que Estemírova seguía la pista de los desmanes que se producían bajo su cuestionable presidencia, desde secuestros a ejecuciones sumarísimas. Quizá el Kremlin debería decir también algo sobre este asunto, aunque visto el precedente de Anna Politkóvskaya supongo que se limitará a ordenar la detención, como en un viejo film negro, de los sospechosos habituales.  Es duro contar lo que algunos quieren ocultar cuando lo que se pone en la balanza es tu propia vida. Si nadie lo hiciera, sin embargo, este mundo sería como el far west y deberíamos circular por la calle con un revólver suspendido del cinturón. En la medida en que Natalia Estemírova vivió para evitarlo, sirvan estas líneas en su memoria.

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