Al sur a la izquierda

Epístola moral a propósito de la muerte de Fraga

 

La imposibilidad, más metafísica que política, de ponerse de acuerdo sobre el exministro franquista y fundador de la derecha democrática enterrado ayer, Manuel Fraga, da una instantánea del país y de las deudas que tiene pendientes consigo mismo. En la figura de Fraga están encarnados a un tiempo los vicios y las virtudes de una Transición que llegó hasta donde la mayoría creyó entonces que podía llegar, y que en todo caso fue mucho más lejos de donde habría querido entonces gente como Fraga y mucho más cerca de lo que dicen querer ahora sus críticos retrospectivos.

 

La Transición no fue un fracaso, pero dejó múltiples deudas pendientes: la principal de ellas fue no llevar a cabo un proceso de descrédito moral sistemático e irreversible del franquismo. El desprestigio del franquismo que vivimos entonces fue, por lo que sabemos ahora, coyuntural, provisional. No diríamos exactamente que fue ilusorio, pero sí que duró apenas 20 años: más o menos el mismo tiempo que tardó la derecha en llegar de nuevo al poder y apresurarse a favorecer las tesis dedicadas a blanquear el franquismo, la dictadura, la guerra y la posguerra.

 

Aquí nunca hubo nada parecido a la desnazificación de Alemania y seguimos arrastrando ese lastre político. Lo ocurrido con la derecha española vinculada al franquismo no es, en todo caso, un hecho excepcional: el franquismo fue derrotado políticamente en 1977, pero sus secuelas, su legitimidad, su inercia, su crédito moral han seguido vivos en amplias capas de la población, del mismo modo que el racismo esclavista fue derrotado políticamente en la Guerra de Secesión norteamericana, pero sus secuelas, su legitimidad, su inercia, su crédito moral persistieron durante largos decenios, hasta que el movimiento de los años sesenta por los derechos civiles consiguió la proeza política de desacreditar social y moralmente unas tesis que habían sido derrotadas un siglo antes.

 

La aquiescencia moral ante el franquismo de una gran parte de la sociedad española y de casi toda su élite política de derechas es un hecho políticamente crucial. No se trata de que la mayoría o incluso el grueso de los votantes del PP sean franquistas, que no lo son: se trata de no considerar importante ni por supuesto necesario un descrédito moral sistemático e irreversible del franquismo.

 

Descanse en paz Manuel Fraga, que blanda le sea la tierra al derramarla encima. Seamos compasivos ante su muerte, pero no indulgentes ante su vida. O al menos no ante la mitad de ella.

 

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