Una china en el zapato

Volver al futuro

Una de las imágenes que muestra el documental Inside job es la de una fila de jets aparcados en batería delante de la casa de uno de esos financieros que se enriquecen con la especulación y los fraudes. Parece que mientras una élite se ha habituado a ese medio de transporte, la mayoría, entre ella los jóvenes que se manifestaron el jueves pasado, se ha tenido que ir acostumbrando a hacer cuentas para estirar el metrobús hasta final de mes. Claro que la precariedad no tiene que ver con la juventud. He leído que el golfista Rory McIlroy,  de veintiún años, se ha comprado trece coches. (¿De golpe? No lo entiendo).  Lo que se pidió en la manifestación del 7 de abril –y lo que se seguirá pidiendo- es muy sensato. Sin embargo aquellos que deberían velar para que se eliminen diferencias tan brutales como la que hay entre tener un jet o tener que pedir un euro para el metro resulta que están más pendientes de mantener su propio privilegio de viajar en primera.

     El sábado iba pensando en el nombre de la plataforma Juventud Sin Futuro cuando en una tienda de Malasaña vi que el lema de los antiguos punkis, "no future", se había reciclado en los bodys para bebés como "no past". Pues ni lo uno ni lo otro. El futuro es el lugar donde pasaremos el resto de nuestra vida, así que más nos vale hacerlo confortable. Para ello lo primero es recuperar la capacidad de influir en lo que venga, devolver la voz a los ciudadanos. Un viaje de vuelta, este, que no se podrá hacer en jet.

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