Culturas

De ratones y hombres

CON CEDILLA// SEBASTIÀ ALZAMORA

Últimamente me he topado con dos estupendas ficciones con rata –o ratón– dentro: me refiero, claro, a la película Ratatouille, producida por Disney-Pixar, y a la novela –más bien nouvelle, por su brevedad– Firmin, de Sam Savage. Ya sé que descubro la sopa de ajo porque ambas, película y novela, han sido dos exitazos: Ratatouille se llevó el Oscar al mejor film de animación y Firmin ha merecido traducciones a un montón de idiomas, ventas masivas y elogios encendidos por parte de casi todo el mundo. Aún así pienso que vale la pena subrayar la excelente sorpresa que muy posiblemente se lleve el lector amable si decide asomarse a las historias de estas dos ratas.

No es lo que parece

En efecto, Firmin y Ratatouille están especialmente indicadas para los consumidores de tópicos. Por ejemplo, si uno es de los que todavía piensan que algo que gusta a las masas no puede ser bueno, aquí tiene dos magníficas oportunidades para cambiar de idea. Más bien puede ser que suceda al revés: la gente no es necesariamente burra, como presume el prejuicio, sino que también sabe reaccionar positivamente cuando se le ofrece calidad. Y después, está la sabiduría de Savage y de los casi anónimos creadores de Disney-Pixar a la hora de esquivar o subvertir los estereotipos: a mí mismo, reconozco que la historia de un ratón que quiere ser chef de cocina, o la de una rata sabia que ha crecido en una librería de saldo y toca el piano y lee a Joyce, me sugerían, en principio, cursilada y empalago. Y, sin embargo, nada de eso: Ratatouille, además de un divertido entretenimiento para todos los públicos, es una reflexión bien válida sobre la condición del artista, sobre cómo se sitúa éste ante la recepción que se dispensa a su obra, y sobre las imposturas que el arte propicia. Por su parte, Firmin, mucho más amarga, es una bella alegoría acerca de los placeres de la literatura y el precio que con frecuencia se paga por ellos, que no es otro que la soledad. Muy recomendables, de verdad (y no recibo comisión).

Verdades conocidas
Por lo demás, en su eficacia impecable, tanto Ratatouille como Firmin nos recuerdan algunas verdades bien contrastadas: una, que las ficciones tienden siempre a devolver una imagen de su tiempo y de sus gentes, con lo cual cabe preguntarse qué nos sucede para sentirnos tan cerca de un par de ratas. Y otra, que, como dictaminó el gran Billy Wilder, para conseguir hacer una buena película –o escribir una buena novela, por supuesto– lo primero y principal que se necesita es una buena historia, y la inteligencia necesaria para saber contarla. Tan sencillo como eso, y, sin embargo, tan difícil de encontrar.

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