Del consejo editorial

A hombros de gigantes

MIGUEL ÁNGEL QUINTANILLA FISAC

Desde que Isaac Newton justificara, con modestia, sus éxitos científicos con aquella frase ("si he podido ver un poco más lejos es porque iba subido a hombros de gigantes"), la expresión se ha convertido en una referencia obligada para aludir al carácter cooperativo y acumulativo de la ciencia. Todo buen científico sabe que sus éxitos son siempre la culminación del trabajo de muchos otros colegas, actuales y del pasado. La paradoja reside en que, mientras todo el mundo sabe reconocer los méritos de Newton, nadie recuerda los nombres de aquellos gigantes a cuyos hombros él se había subido para conseguir sus propios éxitos.

En realidad, la dinámica de la ciencia no es tan simple como la expresión de Newton parece reflejar. Por una parte los gigantes parecen ser los Newton, Einstein o Darwin, a cuyos hombros cualquier investigador desearía subirse para poder ver más allá. Pero por otra parte son precisamente estas primeras figuras del reparto las que necesitan una legión de científicos anónimos sobre los que apoyarse para representar su papel protagonista, como el propio Newton reconocía (algunos creen que irónicamente) en su famosa carta a Hooke.

Por cada artículo que se publica en una revista científica y que recibe el reconocimiento de diez colegas que lo citan, hay por lo menos otros cien que pasan desapercibidos. Por cada científico que obtiene un premio Nobel hay cientos de miles a los que casi nadie conoce ni agradece su trabajo. Y ampliando un poco el foco, por cada nuevo investigador que inicia una carrera de éxitos científicos, hay una legión de anónimos maestros y de compañeros de estudios que primero alentaron y compartieron su curiosidad y su espíritu científico en las clases de primaria y secundaria, luego aprendieron juntos los rudimentos de la ciencia en el bachillerato y finalmente se formaron como científicos en la universidad. Todos ellos desaparecen de la escena cuando el pupilo publica su primer artículo de investigación original. Pero ellos son los gigantes anónimos a cuyos hombros el joven o la joven científica ha empezado a caminar.

Recientemente he podido conocer a algunos de estos anónimos gigantes, que participaron en el concurso Ciencia en Acción, cuya décima edición se ha celebrado en el Parque de las Ciencias de Granada. Allí vi a jóvenes adolescentes de un Instituto de Secundaria de Andalucía, llorando de emoción con su profesora porque arrasaron con sus experimentos de química. Allí vi a un estudiante catalán de FP que había construido, dirigido por su profesor del instituto, y utilizando materiales reciclados, una fábrica de cerveza, que podía cargarse y trasladarse completa en una pequeña furgoneta. O a un grupo de jóvenes intérpretes capaces de crear una sinfonía multimedia de sonidos, formas y colores con imágenes científicas y con una maestría admirable.

Fue genial poder contemplar la extraordinaria vida intelectual de ese grupo de gigantes anónimos, sobre cuyos hombros algunos de ellos podrán elevarse y marcarnos en un futuro próximo los nuevos horizontes de la investigación más avanzada. Estoy seguro de que esos profesores no necesitan subirse a una tarima para que sus alumnos los adoren. Enhorabuena a todos y gracias por la oportunidad de compartir sus ilusiones.

Miguel Ángel Quintanilla Fisac es catedrático de Lógica y Filosofía de la Ciencia

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