Desde lejos

Imagen

Me fascina el fenómeno Susan Boyle. Veo a esa mujer feota y desaliñada comparecer ante el jurado y el público de Britain’s got talent. Observo cómo la miran con suspicacia y hasta se ríen de ella, de su aspecto y de su ingenuidad. Y luego veo cómo le cambia la cara a todo el mundo cuando de ese cuerpo tan carente de atractivo surgen la voz y la musicalidad propias de un ángel. Es una buena lección: vivimos en una sociedad tan obsesionada por la imagen, que se nos ha olvidado que detrás de la apariencia de la fealdad cabe toda la hermo-
sura del mundo. Y viceversa.

Pero el reino de la imagen se extiende mucho más allá del físico de las personas. Todo consiste en vender, venderse, salir en la foto, engrandecer y embellecer públicamente lo que sólo esconde
ineficacia, cutrez, estulticia. Incluso puro horror. ¿O acaso no fue cuestión de imagen traerse a toda prisa a España los cadáveres del Yak-42 antes de que los expertos hubieran terminado de identificarlos? Se trataba de organizar cuanto antes el funeral de Estado, de manera que, entre sollozos y plegarias, marchas fúnebres y palmadas en la espalda, se olvidase toda la fealdad que se ocultaba detrás del asunto: la contratación de una compañía aérea que no ofrecía suficientes garantías, ni en el estado de sus aviones ni en las condiciones de trabajo de sus pilotos. ¿Y lo de Trillo? ¿Será pura imagen el cinismo de ese catolicísimo miembro del Opus Dei, su despiadada falta de compasión hacia las víctimas? Si yo fuera él, estaría temblando: porque a su Dios omnisciente, digo yo, no se le engaña. Por mucha imagen que uno se ponga encima.

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