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Europa. Algunas cuestiones de enfoque para un debate necesario

Fernando Luengo
Economista y miembro del círculo de Podemos de Chamberí
Blog Otra Economía (htpps://fernandoluengo.worldpress.com)
Twitter: @fluengoe

El debate sobre Europa, la actual y la futura, está abierto. La Comisión Europea, los responsables políticos franceses y alemanes, importantes think tanks y economistas de renombre han puesto sobre la mesa diferentes propuestas encaminadas a reformar y reforzar la arquitectura institucional con que nació el euro.

Nadie niega la necesidad, incluso la urgencia, de este debate. Las diferencias, diría que sustanciales, aparecen cuando se da el paso siguiente: ¿Cuáles son las claves para encararlo? En las líneas que siguen, me limito a enunciar un conjunto de consideraciones sobre las importantes implicaciones que tiene contestar adecuadamente la pregunta, sin entrar en el análisis de las respuestas a la misma. Por supuesto, planteada de manera tan abierta, necesita mucho más espacio que el disponible en esta modesta reflexión. No obstante, a pesar de su generalidad, estoy convencido de su pertinencia y de la necesidad de poner negro sobre blanco las diferentes visiones que existen al repecto.

Buena parte de los análisis –desde luego, los citados al comienzo del artículo, pero también los avanzados por una parte de la economía crítica- ciñen básicamente la argumentación a los problemas asociados con el diseño institucional de la Unión Económica y Monetaria (UEM) y las disfuncionalidades y desequilibrios macroeconómicos que ese diseño genera. Claro, sería erróneo, además de injusto, hacer un "totum revolutum" con estas aportaciones. No sólo hay matices entre ellas, sino diferencias muy significativas en las que ahora no me detengo. Pero también hay preocupantes similitudes en cuanto al enfoque.

La visión que promueven las elites económicas y políticas –siendo plenamente consciente de que aquí también encontramos planteamientos ciertamente diversos- sostiene que el "problema europeo" reside en la esfera de la gobernanza. No sólo se acepta que el euro nació con un déficit institucional que la crisis ha agravado, sino que se reconoce de manera abierta que las disposiciones institucionales adoptadas o han sido insuficientes, o no se han completado, o no han funcionado como se esperaba. Por estas razones, desde esta perspectiva es necesario completar y corregir la gobernanza. Cuanto antes, pues, si bien se habrían superado los momentos más críticos que amenazaron la existencia misma del euro, las debilidades son evidentes; si no se corrigen, si no se acometen reformas de enjundia, las próximas crisis podrían llevarse por delante la moneda única.

Sin duda alguna, esa parte de la economía crítica a la que antes hacía referencia y que alimenta el discurso de la izquierda más institucional añade complejidad al análisis del entorno regulador de la zona euro, pero, como acabo de señalar, en aspectos fundamentales está encerrada en el mismo diagnóstico.

Analiza la arquitectura institucional de la moneda única en clave de déficits o carencias que han impedido gestionar los inevitables desequilibrios producidos por la integración financiera o la coexistencia en el mismo espacio económico de economías con perfiles estructurales muy distintos. Pero omite o concede escasa importancia al hecho de que las instituciones realmente existentes –con sus déficits y carencias- han sido funcionales para la consolidación y expansión de un capitalismo crecientemente financiarizado y unos mercados gobernados por las grandes corporaciones.

Ante la incuestionable crisis institucional de la UEM, los partidarios de ese enfoque apuntan a más y mejor gobernanza; democratizar las instituciones comunitarias -estableciendo mecanismos de control sobre su operativa o creando otras nuevas-, revisar y replantear sus objetivos -como flexibilizar el cumplimiento del Pacto para la Estabilidad y el Crecimiento o ampliar los del Banco Central Europeo- o reequilibrar el peso de las instituciones -dando mayor protagonismo a las que cuentan con la legitimidad de los procesos electorales-. Se supone que abrir este proceso de reformas, siempre que tengan un calado suficiente, abrirá brechas en el actual entramado institucional y creará espacios para realizar otras políticas. Más que un cuestionamiento radical (desde la raíz) de las mismas, se defiende un cambio en el "mix" de las aplicadas hasta el momento, sustentado sobre todo en la activación de la política fiscal, en la línea de las formulaciones keynesianas.

En mi opinión, estas u otras iniciativas de corte institucional no pueden valorarse adecuadamente si antes no se pone "la casa sobre sus cimientos". Proceder de esta manera significa, sobre todo, ordenar el relato. Ese reordenación del relato, imprescindible para una visión crítica, debe situar en primer lugar los problemas a resolver y los desafíos a enfrentar. Necesitamos, en consecuencia, un buen diagnóstico, que debe traducirse en unos objetivos, cuyo cumplimiento hace necesaria la identificación tanto de los actores como de los recursos que hay que movilizar. Una vez establecidos esos parámetros, habría llegado el momento de definir el entorno institucional, las políticas a implementar y los plazos a seguir.

Llamo la atención del lector de que, como he señalado antes, buena parte del debate europeo se sitúa directamente en el ámbito de las instituciones, saltándose los diagnósticos/objetivos/actores/recursos, como si estas cuestiones fueran evidentes, de puro sentido común, y, en consecuencia, no fuera necesario reparar en ellas. Entrar en este debate resulta, sin embargo, crucial para analizar la viabilidad y los límites de las instituciones actuales; y es importante, asimismo, para desvelar los intereses y las estrategias de las elites, ocultos si la cuestión queda reducida a las diferentes propuestas de reforma institucional, sin que se pueda contestar a la pregunta, fundamental: reformar, ¿para qué, para quien?

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