El mapa del mundo

No busquen a Madeleine en Bagdad

En algún lugar de Irak, una familia malvive en una casa que no le pertenece y que probablemente comparte con personas en su misma situación. Son refugiados en su propio país. Cerca de dos millones de personas han abandonado sus hogares –algunos, sus ciudades– para salvar la vida, según datos de la Media Luna Roja conocidos recientemente. Eran chiíes que vivían en un barrio de suníes. O suníes residentes en una zona de chiíes. La insugencia suní o los escuadrones de la muerte que gozan de impunidad en el Ministerio del Interior, dirigido por chiíes, les dieron horas o días para hacer la maleta. Huir o morir.
Dos millones de personas sobre un total de 27 millones de iraquíes. Un caso de libro de limpieza étnica. Mientras los países árabes y occidentales temen lo que ocurrirá si las tropas norteamericanas comienzan la retirada o si se niegan a iniciarla, esas personas ya han perdido la guerra.
Su tragedia nos conmueve durante breves instantes. A lo sumo, es un artículo de cuatro columnas en un periódico, una frase en una crónica de radio, unas pocas imágenes en un informativo de televisión. Y no mucho más. Una vez que se cuenta la historia, queda ya amortizada. No se ganan lectores, oyentes o espectadores martilleando las conciencias con el mismo hecho. La compasión es un bien perecedero.

Hay otras historias con una esperanza de vida mucho mayor, tanta que no tenemos suficiente con unas pequeñas dosis. Siempre queremos más y siempre hay alguien que calma nuestra sed.

La desaparición de Madeleine Beth McCann, una niña de cuatro años, es la última que aparentemente nos
preocupa. Fascinación sería un concepto más adecuado. Todo empezó en realidad con una decisión valiente. Los padres, Gerry y Kate, no se resignaron a quedarse en casa y esperar una llamada de los agentes que quizá nunca llegaría. No volvieron a su país, porque se negaban a dar por perdida a su hija. La mayor parte de la gente se hubiera rendido. No los McCann.

Esa clase de gestos decididos enamora a los medios de comunicación. Y nada hay más intenso y apasionado que el amor que los medios pueden sentir por una historia que tenga piernas suficientes como para mantenerse en carrera durante semanas o meses.  La clave del romance está en individualizar la historia. Las dosis perfectas de suspense y misterio no hacen ningún daño, antes al contrario, pero lo que es realmente importante es poner cara y ojos a la historia. No son 100 ó 1.000 niños de los que preocuparse. No son una cifra procedente de un informe distribuido por un organismo internacional. Es un rostro, como el de nuestra hija o el de la hija de un amigo.

Para mantener el suspense, la maquinaria necesita un flujo constante de combustible, a veces de muy mala calidad. Como la ridícula historia de la foto de Madeleine en Marruecos, en la que este periódico también cayó, todo hay que decirlo, afortunadamente con una breve noticia en una posición secundaria. Al menos, al día siguiente desmontamos la estupidez, alimentada por las ganas de notoriedad de unos turistas españoles y la voracidad de los medios a la hora de exprimir el filón.
Se ha vendido una prueba de ADN de resultados incompletos como una prueba irrefutable. Se ha confundido análisis toxicológico con test genético. Ha habido tiempo para especular con un posible deterioro de las relaciones entre el Reino Unido y Portugal, esto último en el caso de los periódicos llamados serios, dispuestos a chapotear en el lodazal, pero sin quitarse el esmoquin. Donde no llegan los hechos, sirve el podría. Cuando no hay pruebas, aparecen las hipótesis.

Creemos saberlo todo de Madeleine, incluido ese pequeño derrame en el iris del ojo derecho. De Irak, sólo sabemos que la guerra es terrible y que el número de víctimas es altísimo. No sabemos qué ocurrirá en el futuro con el 92% de los niños iraquíes que soportan graves problemas de aprendizaje por el clima de miedo. Podemos intuir lo que ocurrirá con el 28% de la población infantil que sufre de malnutrición crónica, según la ONG Oxfam (el porcentaje era del 19% antes de la invasión).
Quienes más sufren no son los adultos. De los dos millones de desplazados, tres cuartas partes son mujeres y niños. Muchos cabeza de familia han huido al extranjero o se han enrolado en milicias y grupos armados. Algunas familias han escapado una y dos veces. Primero de la violencia, luego de la falta de agua y luz.  En algunos lugares, también deben mudarse por culpa de las enfermedades. Un brote de cólera en el norte kurdo ha llegado hasta Bagdad. El estado penoso del suministro de agua en la capital hace pensar que existe un riesgo serio de epidemia.
El informe de la Media Luna Roja revela que la huella del conflicto perdurará durante mucho tiempo. "Algunos adolescentes que han perdido a sus seres queridos se han unido a grupos armados para vengarse de inocentes de otras comunidades. Violaciones, bandas de ladrones, robos y el consumo de drogas son constantes que se repiten", explica.
Les prometimos un futuro de paz y democracia. Les hemos regalado una sociedad traumatizada por un baño de sangre. Por cínico que parezca, nuestro destino se verá más influido por los niños abandonados a su suerte en Irak que por las niñas que desaparezcan en Europa. Las segundas nos pueden emocionar. Los primeros deberían empezar a darnos miedo.

Iñigo Sáenz de Ugarte

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