Tierra de nadie

El exilio económico mola

De los creadores de es mejor hacer el amor que darle al cinco contra uno porque te relacionas y conoces gente ha llegado la justificación de que miles de jóvenes sigan yéndose cada año a buscarse la vida en el extranjero, en boca del nuevo ministro de Exteriores, Alfonso Dastis: "Irse fuera vivir, a trabajar, enriquece, abre la mente y fortalece habilidades sociales". En resumidas cuentas, que esta gente no se queje porque les estamos haciendo el favor del siglo. El exilio económico mola.

La visión de Dastis ya había sido desarrollada anteriormente por algunos dirigentes del PP, que sólo veían ventajas en que España forme a los jóvenes y luego los exporte, ya sea para que trabajen en lo que aquí no pueden o para que hagan camas en algún hotel de Londres. Para la ministra de Empleo, Fátima Báñez, era simple "movilidad exterior", un "motivo de orgullo", a juicio de Esperanza Aguirre, o una de las mejores cosas que podían hacer los investigadores, según José Ignacio Wert, quien ahora mismo también se está formando en una residencia parisina que cuesta 100.000 euros al mes a los contribuyentes con un sueldo de escándalo, gastos de representación y chófer aparte. Al fin y al cabo, no se podía hablar de ir al extranjero porque como afirmaba el eurodiputado González Pons, residir en la UE es como estar en casa.

Visto así, que cada vez sean más los jóvenes que abandonan España viene a ser una bendición para ellos y para las cifras del paro, que alguna ventaja tendría que tener este trajín de maletas. De acuerdo a las estimaciones del INE, cerca de 100.000 españoles, en su mayoría entre 25 y 44 años, emigraron en 2015, la cifra más alta desde que empezó la crisis. De ellos, un 64% nació en España y el resto eran nacionalizados. Según el Padrón de Españoles Residentes en el Extranjero, más de 2,3 millones de compatriotas viven expatriados, toda una garantía de trabajo para la productora de Españoles por el mundo en sus distintas versiones.

No hace falta ser una lumbrera para comprender que la salida del país de estos jóvenes bien formados –que son la mayoría- es un mal negocio, fundamentalmente porque nadie garantiza su vuelta. Si las estimaciones son correctas, cada universitario representa para el país un coste anual de entre 7.000 y 10.000 euros al año, por lo que sólo son necesarias algunas multiplicaciones para entender la dimensión del problema y del quebranto. Tal es así, que hasta el Banco de España ha venido advirtiendo de los efectos negativos de esta emigración para el crecimiento económico y ha pedido en alguno de sus estudios "propiciar un marco laboral que facilite el regreso futuro" de los exiliados económicos.

Aquí, claro, se ha negado con insistencia que estemos asistiendo a una fuga de cerebros, en contra de las evidencias más palmarias. A principios de este año se daba a conocer en Davos el Índice de Competitividad por el talento Global, un ranking que mide la capacidad de 109 países para atraer y retener talentos. España ocupa el puesto 83 en lo que a fuga de cerebros se refiere, lo que no es extraño si se tiene en cuenta que más de la cuarta parte de los premios nacionales de fin de carrera toman las de Villadiego. Lo mismo ocurre en sentido inverso. Ni retenemos ni atraemos capital humano capaz de crear riqueza en el país.

A la vista de estos datos, es preocupante que el titular de Exteriores mantenga que su Gobierno no ha expulsado a nadie, siendo tan evidente el desprecio a los que se van que basta con permanecer 90 días fuera del país para causar baja en el sistema sanitario público. Lo de la "amplitud de miras" y los "nuevos horizontes" que, según Dastis, se abren en abanico ante los expulsados suena a inocentada de las gordas. Ha de ser una broma o la constatación científica de que los cerebros de los ministros también se fugan al menor descuido.

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