Tierra de nadie

Bochorno

De tantos gozos en el pozo en lo que a la política se refiere, de tantas OTAN de entrada no, de tantos regeneradores pillados con las manos en la masa y de tantas promesas de construir puentes donde ni siquiera había ríos, muchos han aprendido a no esperar demasiado de sus representantes y a dejar reposar en el congelador sus repentinos ataques de entusiasmo. Se trata de una precaución muy eficaz contra el desengaño, que es un precipicio en el que no es necesario caer si uno toma la precaución de mantener esa famosa distancia de seguridad respecto al borde que ahora está tan de moda.

El escepticismo debería ser un cinturón de seguridad obligatorio en cualquier desplazamiento vital, aunque hay que reconocer que es incómodo y que, en determinadas circunstancias, querríamos evitar ponerlo a prueba en los constantes choques frontales a los que la realidad nos somete. En definitiva, ansiamos que alguna vez los recelos se demuestren injustificados y que nuestros conductores se abstengan de confirmar la sospecha de que son unos kamikazes insensatos que consiguieron el carnet en una tómbola.

Lo ocurrido ayer en el Congreso es la prueba de que no hay drama que nos ahorre el bochorno que provocan. Con decenas de miles de muertos, millones de ciudadanos condenados al paro y una sociedad atenazada por la incertidumbre, la clase política volvió a darnos una lección inolvidable de su encanallamiento. Nada les interesa más allá de sus intereses partidarios, nada les conmueve, nada es capaz de apartarles un ápice de la reyerta y de su puñetero ombliguismo. Son una vergüenza para este país que les padece sin saber muy bien qué pecado ha cometido para sufrir esta condena.

A los trabajadores a los que les cierran la fábrica, a los afectados por los ERTE que aún no han cobrado los subsidios, a las familias que ignoran si podrán seguir pagando el alquiler o la hipoteca cuando se rompan los parches del escudo social y a los padres que siguen si saber cuándo y en qué condiciones podrán enviar a sus hijos al colegio les importa una mierda el título nobiliario de la barbiportavoz del PP o el pasado frapero del padre del vicepresidente. Les importan dos mierdas las purgas en el Ministerio del Interior y tres las reyertas constantes de estos politiquillos de medio pelo que siempre tienen a mano una puerta giratoria tras las que guarecerse de unas tormentas que jamás les alcanzan.

Se debería estar hablando de reconstrucción, sí, de planes industriales, de refuerzos sanitarios, de cómo emplearemos el pastizal que nos llegará de Europa ahora que parece que lo de la Unión no era simplemente un trampantojo, de fiscalidad, del ingreso mínimo que se demora, de las colas del hambre, de cómo repatriar el talento que hizo las maletas en la crisis anterior y que nos es tan necesario, de cómo evitar las quiebras de las empresas y los hogares, de cómo se pagarán las deudas, en definitiva de cómo mejorar la vida que nos espera cuando nos quedemos sin fases a las que pasar. De todo eso se debería estar reflexionando, discrepando, acordando.

En su lugar, los llamados a debatir sobre cómo proporcionarnos pan se dedican a darnos circo y peleas en el barro, a fomentar la crispación y el guerracivilismo, a alentar el odio y a usar a los muertos como arietes en sus disputas. Ni todo el escepticismo del mundo sirve para combatir la decepción que provocan. Son el virus más terrible al que nos enfrentamos.

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