La realidad y el deseo

Adiós a las armas

Mi padre, coronel de infantería, fue destinado a San Sebastián en los primeros años ochenta, cuando la barbarie terrorista vivía uno de sus capítulos más sangrientos. Pasé con él algunas temporadas en los cuarteles de Loyola. El anuncio que hace ETA de su abandono definitivo de las armas es, antes que nada, un motivo de inmensa alegría. Sé que resulta un lujo poder brindar hoy con mi padre. Pero creo razonable pensar que la satisfacción alcanzará a todos los que han sufrido una existencia marcada por la barbarie.

Es angustioso saber que detrás de una esquina espera la bala de un canalla. Pero es más desolador descubrir que una parte significativa de la comunidad cierra los ojos y justifica el asesinato. Cada cual tiene sus debilidades. A mí me resultaba especialmente despreciable la opinión de muchos jóvenes de la burguesía que, en nombre de su identidad, eran capaces de celebrar como un gran acto revolucionario la ejecución de un guardia civil. Con frecuencia las víctimas eran campesinos andaluces o extremeños que habían entrado en el cuerpo para huir de la pobreza.

Brindemos por la Policía y por su trabajo. Brindemos también por los que tomaron conciencia de que el conflicto no podía abordarse sólo con medidas policiales. La política era necesaria para dejar sin apoyo social a los terroristas. Brindemos por la política. Brindemos por la decisión de José Luis Rodríguez Zapatero de abrir públicamente en la pasada legislatura el diálogo con ETA. Cuando las bombas de la T-4 rompieron la tregua, los sectores abertzales del País Vasco debieron admitir que la responsabilidad del conflicto no correspondía a la intransigencia del Estado, sino a la crueldad de una organización violenta que estaba fuera de lugar. El cese de la violencia que no quiso ETA, lo firmó entonces la sociedad civil vasca. Ahora recogemos su fruto. ETA desaparece sin conseguir sus objetivos porque la batalla democrática nunca se produjo en torno a sus objetivos, sino a sus métodos. Por eso era tan importante la tregua civil. No se trataba de dejar de luchar por el independentismo, sino de no matar.

Brindemos por la fortaleza democrática de aquellos que no se plegaron ni a la brutalidad de los asesinos, ni a la degradación de los procedimientos policiales. La denuncia del GAL, la tortura, el asesinato y el terrorismo de Estado ocupa un lugar importante en la historia reciente de la dignidad política de España. Enhorabuena.

Brindemos por los políticos que no quisieron convertir la tragedia y el horror en un negocio electoral. Se han buscado muchos votos en Madrid, Sevilla o Valladolid a través de posturas demagógicas que en realidad entorpecían la solución de los problemas. De ahí la frecuente diferencia de interpretaciones y sensibilidades que se ha dado en la sociedad vasca y en la española. Las discrepancias surgían incluso en el interior de los propios partidos.

La desaparición de la violencia provoca a menudo daños colaterales. Supongo que la profesión de guardaespaldas va a sufrir una crisis seria en Euskadi. No será la única damnificada. La barbarie de ETA ha creado muchas inercias políticas, periodísticas e intelectuales. Ha creado también un partido de maquillado populismo reaccionario. Hubo quien quiso confundir la lucha entre el Estado y la violencia con una guerra entre el nacionalismo español y el vasco. Ahora que ETA abandona las armas, evitemos confundir la memoria con el resentimiento. A una parte de la caverna no debe costarle trabajo. Durante años ha homenajeado sin escrúpulos a los golpistas de 1936. Algunas calles de España llevan todavía el nombre de verdaderos asesinos en serie.

Respetemos el dolor de las víctimas. Pero tengamos claro que las víctimas tienen derecho a la solidaridad, no a decidir desde su sufrimiento las actuaciones judiciales o políticas. El padre de una niña asesinada no es un argumento para reclamar la pena de muerte o la cadena perpetua. El dolor comprensible de las víctimas no puede convertirse en la coartada para denigrar los esfuerzos legítimos que intentan darle sentido al verbo convivir y a la palabra justicia.

Brindemos, sobre todo, por la víctima que ya no se producirá. Y con mis amigos, no con el coronel García, brindo por el cese de todas las armas.

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