El ojo y la lupa

Seminci: películas para entender mejor el mundo

La sección oficial de la 57º edición de la Semana Internacional de Cine de Valladolid ha sometido a una dura prueba de resistencia a los espectadores, atacados desde todos los flancos por películas dramáticas, incluso trágicas, que encogen el ánimo pero de cuya exhibición hay que congratularse porque ayudan a entender mejor el mundo y los resortes más recónditos de la conducta humana. ‘Cine de festival’ en la mejor acepción del término, de ese que hace unas décadas se llamaba de ‘arte y ensayo’ y que hoy sufre aplastado por el peso de insustanciales producciones norteamericanas que arrasan en los grandes circuitos de distribución.

La Seminci nunca se ha caracterizado por hacer concesiones a la comercialidad, pero otros años el comité de selección rebajó un poco el tono para dar también cabida a temáticas menos trascendentes, sin rebajar la calidad media de las películas, que siempre ha rayado a gran altura. En 2011, por ejemplo, se concedió el premio máximo, la Espiga de Oro, a ‘Hasta la vista’ un divertido y agridulce filme de Geoffrey Enthoven quien, por cierto, ha presidido el jurado en 2012. Solo ha tenido una ocasión de sonreír mientras hacía su trabajo: con ‘Liberal Arts’, inteligente comedia del norteamericano Josh Radnor, famoso por su papel estelar en la serie ‘Como conocí a vuestra madre’, pero que había ya  demostrado la variedad de sus registros al dirigir la notable ‘Happythankyoumoreplease’. De Valladolid se ha ido de vacío.

Señalar la ausencia de comedias en la sección oficial de la Seminci no es una crítica negativa. Casi al contrario, eso ha hecho esta edición más selecta, compacta y coherente, le ha dado personalidad y ‘argumento’. Y el público, aunque el de los festivales no se parezca mucho al de los multicines de los centros comerciales, se ha emocionado y ha aplaudido a rabiar. Pese a ello, y admitirlo resulta frustraste, es probable que la mayoría de las películas proyectadas la semana pasada en la capital castellano-leonesa (unas 160), entre ellas algunas de las premiadas, nunca serán exhibidas comercialmente. Para hacerse una idea baste señalar que, pese a su espiga dorada, ‘Hasta la vista’ tuvo que esperar más de 10 meses hasta su estreno casi de tapadillo.

Muchos filmes de la 57ª Seminci se merecen mejor suerte. Son películas comprometidas, que es imposible que dejen indiferentes a quienes las ven, destinadas a prolongar su efecto durante mucho tiempo. Con una coca y unas palomitas, puedes ver un Batman de Christopher Nolan y disfrutar con el fruto del talento, la industria y el dinero, pero cuando sales sigues siendo el mismo que eras al entrar la sala. Eso no ocurre con la mayoría de los filmes que se han exhibido en Valladolid, cuya huella es más duradera y que, con frecuencia, permiten entender mejor la esencia de la naturaleza humana. ¿Acaso no es esa una forma de crecer como personas?

En este contexto y, si tuviera que destacar una película de la 57ª Seminci, una sola, sería ‘Hannah Arendt’, de la alemana Margarethe con Trotta. Es, con gran probabilidad, el filme que mejor representa el espíritu de esta edición. Muestra las consecuencias que sufrió la pensadora y filósofa judía de origen alemán cuando escribió sobre el juicio en 1961 del criminal de guerra nazi Adolf Eichmann en 1961, secuestrado en Argentina por el Mosad y trasladado a Israel.

Arendt cometió el imperdonable pecado de cuestionar la verdad oficial al presentar al reo (que fue condenado a muerte y ahorcado) como un funcionario escrupuloso que cumplía con su cometido con fría diligencia, tal vez sin sentirse responsable de las consecuencias horribles de su siniestro trabajo y sin estar necesariamente impulsado por un odio visceral hacia sus víctimas. Para ella, Eichmann, más que una encarnación del demonio era la más genuina expresión de la ‘banalidad del mal’, un concepto que habría de dar lugar a su obra más famosa.

El filme recoge las elaboradas discusiones en el entorno familiar y académico de Arendt en Nueva York, su propuesta a la revista ‘New Yorker’ de que la enviase a cubrir el juicio, la cobertura del proceso y, ya de vuelta, el efecto explosivo que causó la publicación de sus artículos y de un libro. Sus afirmaciones de que la colaboración de algunas organizaciones judías en los "asesinatos en masa administrativos" (término que prefería al de Holocausto) contribuyeron a la terrible eficacia del programa de exterminio nazi le valieron acusaciones de ser una traidora, sobre todo desde Israel y la comunidad judía de Estados Unidos. Se defendió con una impresionante fortaleza de carácter, convencida de que no debía renunciar a su independencia de criterio.  Esta pugna se recoge en el filme de Von Trotta, intenso, de ideas, inteligente, de un exquisito tempo narrativo, y que cuesta imaginar sin la soberbia actuación de Barbara Sukowa.

‘Hannah Arendt’ obtuvo la Espiga de Plata, el segundo lugar en el podio de la Seminci, en tanto que el máximo galardón, la Espiga de Oro, se otorgó a ‘Los caballos de Dios’, del marroquí Nabil Ayouch. Es una película filmada con pocos medios, de actores casi desconocidos, sobria e intensa, con un ritmo que acrecienta poco a poco la tensión, que hace avanzar el relato hasta conducir a una apoteosis trágica que se presenta casi inevitable: los atentados suicidas que causaron las matanzas terroristas de mayo de 2003 en Casablanca, una de ellas en la Casa de España. Ayouch refleja a la perfección el caldo de cultivo de miseria, marginación, corrupción y brutalidad policial en el que germinaron las células islamistas que alentaron los ataques.

Otra de las películas sobresalientes ha sido ‘De óxido y hueso’, de Jacques Audiard, galardonado como mejor director y que ya se alzó en 2010 con el premio especial del jurado de Cannes por ‘El profeta’. El relativo éxito que tuvo en España y el reclamo del papel protagonista de la oscarizada Marion Cotillard han hecho posible que ‘De óxido y hueso’ tenga ya distribuidor, y es previsible que no tarde en exhibirse. Hay que congratularse por ello, porque es un magnífico filme, duro y trágico, con un personaje principal (que le ha valido a Matthias Schoenaerts el premio al mejor actor) herido y marcado en la lucha por la vida, que juega con cartas marcadas, insolidario y egoísta en ocasiones, pero al que el destino no niega la posibilidad de redención.

El tono intenso de la 57ª Seminci se desprende de la práctica totalidad de las producciones de la sección oficial. Pondré algunos ejemplos.

‘La quinta estación’, de Peter Brlosens y Jessica Woodworth, es una metáfora que apenas deja margen a la esperanza sobre el abismo de crueldad al que puede llegar el ser humano cuando ve amenazada su supervivencia. La trama muestra como, un mal año, la primavera no llega como siempre y desaparecen los ciclos de la naturaleza que parecían inmutables y que encarnaban la vida misma. Desaparecen las abejas, los campos se vuelven yermos, las vacas no dan leche, el alimento se agota, la solidaridad desaparece, y la búsqueda de un culpable saca a flote lo peor de cada cual.

En ‘La lapidación de Saint Étienne’, el gerundense Pere Vilà Barceló, presenta a un anciano (extraordinario Lou Castel) que vive solo y aislado en un piso sucio y destartalado, aunque no sufre en sentido estricto el ‘síndrome de Diogenes’. No quiere tener contacto ni con vecinos, ni con asistentes sociales, ni con su hermano o su propia hija, que no le perdona viejas heridas y quiere echarle de la vivienda. El horror de la vejez desasistida se muestra aquí como pocas veces antes en el cine.

En ‘La vida precoz y breve de Sabina Rivas’, el mexicano Luis Mandoki pone la piel de gallina con el viacrucis de una adolescente hondureña que se prostituye en la frontera entre Guatemala y México para huir de un pasado trágico y emigrar a Estados Unidos, donde espera triunfar como cantante. Sabina, interpretada por Greysi Mena (premio a la mejor actriz), se rebela contra su destino y, una y otra vez, es víctima de explotación sexual y de la violencia de policías mexicanos y de un brutal agente norteamericano destinado en la zona en tareas de "prevención del terrorismo" (¡)

El serbio Goran Paskaljevic optaba a un récord, su cuarta Espiga de Oro, pero se fue de vacío, pese a su condición de favorito, con ‘Al nacer del día’, que hizo llorar a media sala con la historia de un anciano profesor de música que descubre que sus padres naturales murieron durante la ocupación alemana tras pasar por un campo de concentración para judíos y gitanos situado en el corazón de Belgrado y de cuya existencia ni siquiera tenía noticia. Un relato estremecedor sobre la identidad recuperada y el deseo de rendir homenaje a las víctimas, por tardío que resulte.

Cine con mayúsculas en el segundo festival (tras San Sebastián) en número de espectadores y que este año ha asumido el riesgo de apostar por los temas que constituyen la materia prima de la condición humana.

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