Fuego amigo

El teléfono averiado de averías

Ya sabemos que los servicios de reclamación de las grandes compañías tienen la sordera selectiva de los abuelos. Gracias a ello, desengancharse de una telefónica es tan difícil como borrarse de los registros de la religión católica, o como clausurar una cuenta bancaria. Sabes cuándo entras pero nunca cuándo (ni cómo) sales.

El autor del método telefónico de reclamación aportó al mundo dos hallazgos geniales: el primero ha sido poner como escudo, muralla más bien, a alguien que, por principio, no sabe nada en absoluto de la compañía para la que trabaja (ignorantes, como los soldados en batalla, para que no puedan confesar información estratégica ni siquiera bajo tortura); el segundo es esa musiquita de espera, que durante los primeros segundos transcurridos te distrae, para adquirir, al cabo de un rato, gracias al peculiar sonido telefónico enlatado, la característica para la que en realidad ha sido inventada: la tortura psicológica del que aguarda al otro lado del auricular.

Eso, cuando llegas a conectar con el muro del becario. Porque este fin de semana, por ejemplo, los vecinos de mi casa de un pueblo de Ourense se quedaron sin batería en el teléfono móvil a costa de llamar al Departamento de Averías de Fenosa, tras ¡48 horas! sin energía eléctrica, como si la electricidad viniese de Rusia a través de Ucrania.

A veces tenían suerte y llegaban jubilosos a la cinta grabada de la esperanza: "Para garantizar la calidad de nuestro servicio es posible que su llamada sea grabada". ¡Ah!, olvidaba decir que el inventor del método también ideó grabar las reclamaciones para que quedara constancia de que el cliente es un grosero, señor juez, que nos ha llamado hijos de puta y de Fenosa.

Cuando en realidad mis vecinos sólo querían invitarles a un banquete con la carne y el pescado que se les había estropeado irremediablemente en el congelador.

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Meditación para hoy:

José María Aznar, el líder que ayer tanto añorábamos, sigue haciendo bolos, como los grandes artistas. Está ausente, pero nunca lo bastante. Ayer eligió el diario La Razón, el alimento espiritual de la ultraderecha y la clerecía, para sorprendernos con otra perla de su ideario político. Como bien sabéis, el medio es el mensaje, importa menos qué dices que dónde lo dices, porque no es lo mismo un padrenuestro en una casa de putas que en la penumbra de la catedral.

De Vanity Fair, donde su melena de lolailos mantuvo un pulso con las carnes mórbidas de las actrices en pose de Soraya Sáenz de Santamaría, saltó a La Razón, ese diario gobernado por Francisco Marhuenda, la bestia negra de los abortistas que un día en un plató de televisión quitó importancia a la muerte de 300 niños en Gaza: "¿Cuántos de estos mueren normalmente por causas naturales?", llegó a decir el energúmeno. Pues bueno, en ese periódico decía ayer Aznar, justificando la muerte de civiles, que Israel había ejercido "sus derechos en Gaza".

De verdad, cuanto más conozco al hombre más amo a mi perro. Y cuanto más conozco a Aznar más amo a Rajoy.

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