Otras miradas

Cabify y el unicornio del colonialismo interior

José Mansilla

Antropólogo

En el ambiente de las start-ups, los business angel, las rondas de financiación y el resto de la neo-lengua vinculada al mundo de los negocios hay una expresión, un concepto, que se ha convertido en una meta, una aspiración, para muchos y muchas emprendedoras: el unicornio. Un unicornio es una empresa, generalmente una pequeña iniciativa, que alcanza una valoración de más de 1.000 millones de euros en el mercado. Esto no quiere decir que la compañía dé beneficios por valor de esa cantidad, o que haya creado riadas de empleos bien remunerados, o que pague cuantiosos impuestos en las arcas públicas del territorio donde se encuentra asentada. No, ser un unicornio no tiene nada que ver con eso. Un unicornio es una star-up que manifiesta la potencialidad de dar beneficios en el medio-largo plazo, es decir, de comenzar a generar dividendos para sus accionistas en un futuro más o menos cercano. Los 1.000 millones de euros de valoración son una estimación, una proyección elaborada desde el presente, del valor de la empresa según dicha potencialidad.

Concentración de vehículos VTC en la Avenida Diagonal, en Barcelona. EFE
Concentración de vehículos VTC en la Avenida Diagonal, en Barcelona. EFE

Los unicornios suelen ser compañías emergentes que dicen haber localizado nichos de mercado, productos o servicios, que, hasta ese momento, nadie había sido capaz de ver. Esta habilidad para encontrar nuevas posibilidades para la reproducción ampliada del capital es, además, normalmente proyectada sobre nuestro imaginario como algo realizable sólo con esfuerzo y tesón. Son conocidos mundialmente los casos de los creadores de Airbnb en su apartamento de San Francisco o el propio Jeff Bezos abandonando su puesto en un hedge fund –otro palabro- para crear, de la nada, Amazon. Ahora bien, muchos de estas exitosas iniciativas tienen poco que ver con profundas investigaciones que vengan a solventar las necesidades o los problemas de la vida cotidiana de las personas, y mucho con indagar sobre los resquicios, las zonas oscuras, los límites y la flexibilidad de la normativa actual, aprobada de forma democrática por las distintas instituciones, la cual rige el funcionamiento de los mercados en nuestras sociedades. Su éxito está basado, precisamente, en ser capaz de surfear la regulación vigente y presionar, en caso de que sea necesario, a las instancias políticas para que éstas modifiquen la legislación que les afecta, en su favor. Se trata de un puro colonialismo interior; un proceso según el cual la asignación y distribución de recursos, así como las relaciones en el ámbito social y productivo, se realiza bajo criterios análogos a los de una colonia, esto es, bajo un régimen de explotación.

En el Estado español tenemos un único unicornio: Cabify. Esta plataforma tecnológica de movilidad está valorada, actualmente, en torno a los 1.400 millones de euros. Sin embargo, la recién aprobada legislación en torno a su funcionamiento por parte de la Generalitat de Catalunya hizo que la empresa abandonara, con profunda pena y una gran proyección mediática, el territorio catalán. El Gobierno de Catalunya había actuado separando, mediante un Decreto, claramente el modelo de negocio de las licencias VTC, en el cual está basado Cabify, y el de los tradicionales taxis, de forma que, a partir de su publicación y entrada en vigor, sería necesario un periodo mínimo de 15 minutos de antelación para solicitar sus servicios, además de otras cuestiones. El Decreto permitía, además, a los diferentes niveles administrativos municipales, ampliar, si así lo consideraban, esos 15 minutos. De esta forma, el Área Metropolitana de Barcelona elevó el periodo de tiempo hasta la hora, manifestando, aún más, su intención de separar ambos tipos de actividad económica.

El abandono de su actividad en Catalunya, por parte de Cabify, ha durado poco. Este jueves 7 de marzo ha anunciado la vuelta a sus carreteras, solo que, de nuevo, estirando la interpretación del Decreto catalán. La justificación de Cabify, en este caso, es que la firma de un contrato por un año con cada uno de los clientes la primera vez que se soliciten sus servicios, les eximiría de respetar los límites de 15 o 60 minutos exigidos por la normativa, en las siguientes solicitudes.

El unicornio Cabify es solo un ejemplo, pero podríamos citar más –Glovo y Deliveroo aprovechándose de sus trabajadores supuestos autónomos, Airbnb y el turismo neighbor friendly y sus efectos sobre los incrementos del precio de la vivienda, etc.- forman parte del mismo tipo de iniciativas; aquellas sólo buscan conseguir la multiplicación exponencial de las plusvalías a costa de romper las costuras del modelo económico actual, es decir, tratando a sus ciudadanos como colonos interiores.

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