Carta con respuesta

Inocentes

La mierda de la especulación, de a ver cómo cojones me levanto unos kilos de más, ha hecho estallar por los aires a lo único sagrado que hay en este mundo: la vida de los inocentes. Seguiremos llevándonos medallas, nos levantaremos las más gozosas fortunas y a ellos... ¡Qué cojones importa que el motor esté mal! ¡Yo lo valido por mis cojones! ¡No entiendes que en ese avión sólo había chusma! ¡Aquí sólo estamos para lo que estamos! Hoy, te lo puedes creer o no, el sistema ha asesinado a 153 inocentes. A 153 de los mejores de los nuestros. A 153 personas que se querían y que habían pagado unas vacaciones (posiblemente empeñándose en un crédito usurero) para probar, aunque sólo fuera por una vez en la vida, lo que puede ser disfrutar unos días con tu familia en el mejor de los mundos que te puedes pagar. ¡El motor está mal, pero yo lo valido por mis cojones! Inadmisible.

MARIO L. SELLÉS MADRID

Es que acaso hay víctimas culpables? Las víctimas inocentes siempre me dejan pensativo y perplejo. Un tipo cuya casa se derrumba es inocente, imagino, puesto que (en principio) no ha hecho nada para causar su tragedia. Un tipo que decide subir al Himalaya y muere, ¿es ya un poco más culpable? Y si el parte meteorológico era muy malo ese día, entonces ¿es por fin del todo culpable, una víctima de sí mismo, de su amor al riesgo o de su propio error de juicio?

También me inquieta esa balanza de precisión que usted posee y le permite aquilatar lo que pesa cada vida. Si muere un tipo al que le sobra el dinero y que iba a Canarias a ponerle los cuernos a su mujer con la secretaria, ¿deja de ser inocente? ¿Ya no merece nuestra compasión? Si se acredita que un fallecido era egoísta, despótico y un rico avariento, ¿le está entonces bien empleado? ¿Nadie debe sentir dolor en ese caso?

Por último, ¿víctimas del sistema? Sí, claro, igual que los que pierden la vida en la carretera, en el andamio o de un infarto causado por la jornada laboral progresista que nos imponga la Unión Europea. Comparto la inquina de Nietzsche contra el cristianismo, que siempre razona así: yo sufro; por lo tanto, alguien tiene que tener la culpa. El desenlace ya lo conocemos: el sentimiento de la propia culpa, esa astilla del palo de la cruz que nos clavan en el corazón. Yo no sé todavía cómo y por qué se produjo la catástrofe. Puede que haya responsables o negligencia (y se debe investigar a fondo), pero, como no soy cristiano, también podré aceptar que sea un accidente. Tampoco sé si las víctimas eran buenos, pobres, malvados o ricos. ¿Y sabe una cosa? Me da lo mismo: siento la misma pena. Y si no se querían, tenían dinero a espuertas y detestaban a su familia, también siento el mismo dolor.

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