La trama mediática

Cajasur, a la ruina por la fe

Hasta los más píos tragaobleas consagradas han tenido que reconocer, hablando por el bolsillo, que Cajasur se ha ido al infierno de la intervención por los pecados de sus propietarios con alzacuellos. Sin embargo, desde los azules micrófonos de Cope, Cristina López Schlichting besa el anillo de los que han conseguido la ruina por el camino de la fe: "Señores: Mis felicitaciones. Pocas veces se ha visto resistirse al poder con tanto brío como ustedes y, teniendo en cuenta los tiempos que corren, les aseguro que es mérito. Se han opuesto al dinero y al poder". El precio, 550 millones de euros pagados a escote y 3.000 trabajadores con el pescuezo oliendo a Inem.

Tiene gracia que ni el mismísimo editorialista de la cadena episcopal hubiera querido pisar el charco de la santa caja cordobesa. Cero líneas dedicadas al asunto, pero el escriba tiene excusa porque estaba muy ocupado llegando a la conclusión de que el Anticristo y el presidente del Gobierno son la misma persona: "El proyecto de Zapatero no es otro que apuntalar el relativismo radical surgido de la revolución del 68, cuyo objetivo era minar el sistema de valores basado en el humanismo cristiano, que dio origen a la civilización occidental".

Envejecido Zapatero

Ese retrato del alma del leonés se completaba en un editorial de La Gaceta con otro apunte del natural de su rostro: "El presidente es hoy un hombre que no sólo no transmite confianza, sino que da hasta miedo". A estas alturas ya sabrán que el nuevo entretenimiento del columneo diestro es medir las ojeras y pesar las arrugas del inquilino de Moncloa. Metido a fisonomista, Hermann Tertsch lamentaba en ABC que el envejecimiento haya sido tan lento: "Hay sin duda formas rápidas de llegar a la decrepitud. Pero me temo que la ahora descubierta no nos salve ya de la decrepitud general. Para evitar hundir a este país en la crisis más grave desde la guerra civil se le tendría que haber caído el pelo a Rodríguez Zapatero el 15 de marzo del 2004. Antes del entierro de 192 compatriotas e inmigrantes".

Por fortuna para el desmejorado Zapatero, pudo compartir parte de la brea ardiente con su correligionario Josep Montilla. Su intervención en el Senado le sirvió para cosechar una colección de saetas, como la de Salvador Sostres en El Mundo: "Este inmerecido presidente de Cataluña, que por los méritos de su alfabetización y de su inteligencia no habría pasado jamás de palmero de la Pantoja".

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