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La obsesión contra Chávez

Desde que llegó a la presidencia de Venezuela, Hugo Chávez ha sido blanco de un acoso implacable de la derecha económica y política. Todo vale en esa campaña, incluso la mentira o la tergiversación. Ayer, un diario madrileño afirmaba que el referendo para la reforma constitucional que se celebra hoy en el país suramericano contiene "una enmienda que establece la reelección indefinida de Hugo Chávez". No es así: lo que establece es que el presidente de la República pueda presentarse indefinidamente a la reelección, sin que ello garantice su victoria como insinúa la noticia.
Por supuesto que la iniciativa no es inocente: Chávez se encuentra ya en su segundo mandato y con la reforma pretende mantenerse más tiempo en el poder. La maniobra es éticamente reprobable, ya que ningún dirigente debería sacar provecho de cambios legislativos promovidos por él mismo. Sin embargo, el colombiano Álvaro Uribe cambió la Constitución para ser reelegido y la misma prensa que tacha de autócrata a Chávez ensalza como gran demócrata a Uribe. Otro debate es si a la democracia le convienen los mandatos indefinidos. La española los permite: ahí están Manuel Chaves en Andalucía (19 años por ahora) o Jordi Pujol en Catalunya (23 años en total).

Algunas cosas me disgustan de Chávez. Pero más me disgustan quienes intentan destruirlo reprochándole conductas que aceptan a otros mandatarios a quienes jamás les discutirían sus credenciales democráticas. Chávez es populista, pero, ¿más que Sarkozy con sus alardes nacionalistas o Uribe con sus asambleas comunales? ¿Es menos demócrata que Bush, que promovió una guerra ilegal, o que Berlusconi, que impulsa leyes xenófobas y cambia normas para eludir sus problemas con la justicia? ¿O que los Gobiernos de Aznar y Bush y la casi totalidad de la prensa española, que legitimaron el golpe de Estado, finalmente frustrado, que sufrió Chávez en 2002?
Seamos siempre vigilantes con el poder. Critiquemos a Chávez cuando sea menester. Pero con rigor. Ayer, el Gobierno venezolano expulsó del país al eurodiputado del PP Luis Herrero, que asistía como observador al referendo. Los métodos utilizados para la expulsión, si se ajustan al relato del afectado, son censurables; pero, en cuanto al fondo del incidente, todo parece indicar que Herrero ignoró su compromiso de imparcialidad y lanzó duras críticas al Gobierno la víspera de la consulta popular. A mí no me gusta que se expulse a nadie de ningún sitio. Pero tampoco me gusta que un miembro del Parlamento Europeo actúe de manera irresponsable en un contexto tan delicado como lo es el referendo de hoy en la convulsa Venezuela.

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