Al sur a la izquierda

Otra cumbre que no sirve para nada

Sería un verdadero milagro que la Conferencia de Presidentes Autonómicos que se celebra hoy en el Senado sirviera para algo. El hecho mismo de celebrarse en el Senado parece ya una premonición, dado que, como todo el mundo sabe, esta Cámara Alta no sirve para nada. Si las cuatro cumbres anteriores fueron inútiles, no hay razones para que esta vez sea distinto. Es verdad que puede salir de la reunión una posición mayoritaria o incluso unánime del Gobierno central y de las Comunidades sobre el cumplimiento de los objetivos de déficit contraídos por España, pero para proclamar obviedades como esa no hace falta cumbre alguna.

La Conferencia de Presidentes no sirve para nada por dos razones, una orgánica y otra política. La razón orgánica es que se trata de una institución que en realidad apenas lo es, pues ni su estructura ni su funcionamiento ni su propia convocatoria están verdaderamente reglados. La Conferencia se convoca o no se convoca, dependiendo de que su convocatoria favorezca o incomode al Gobierno. La Conferencia, además, no cuenta con una estructura política y administrativa estable que se dedique a preparar las cumbres anuales, una estructura que prepare papeles, discuta asuntos, precocine acuerdos, elabore informes o cierre flecos. Si las propias cumbres de la Unión Europea o las del G-7 o el G-20 no sirven muchas veces para nada y ello a pesar de los batallones de altos funcionarios y cargos políticos de segundo nivel que dedican semanas y semanas a prepararlas, qué decir de una Conferencia de Presidentes que dura seis horas y sobre cuyo contenido apenas ha habido previamente contactos, reuniones o negociaciones entre las 17 Comunidades y las dos Ciudades Autónomas cuyos presidentes toman parte en ella.

La razón política por la cual es improbable que la Conferencia sirva para algo es porque su naturaleza misma está viciada de antemano. En teoría, la Conferencia es un órgano inequívocamente federal, un órgano de representación territorial donde sus participantes defienden la posición y los intereses de su territorio por encima de cualesquiera otras consideraciones. Pero es obvio que la Conferencia no se articula internamente en términos de territorialidad, sino directamente en términos de ideología. Las alineaciones que se producen en ella no son por razones territoriales, sino por razones ideológicas: las Comunidades gobernadas por el PP suelen votar en un sentido, las gobernadas por el PSOE suelen votar en otro y las gobernadas por los nacionalistas catalanes o vascos, en otro. Sólo en este último caso el criterio territorial asoma un poco la patita, pero no nos engañemos: solo un poco y en general por razones instrumentales vinculadas al interés, electoral o no según la fecha, del partido nacionalista gobernante.

El único presidente autonómico que parece haberse tomado en serio la Conferencia ha sido el andaluz José Antonio Griñán. Tal vez porque es su primera vez y todavía no ha tenido tiempo de desengañarse. Griñán acude a la Conferencia como si fuera una Conferencia de verdad. Vale. Bien. La política necesita hombres de fe. Le honra su aplicación. Pero no debería engañarse a sí mismo. La cumbre no va a tratar, como propone Griñán, de una reforma fiscal para gravar a las grandes fortunas o de una modificación del Estado de las Autonomías para pulir, actualizar y mejorar nuestro deficiente federalismo. Y si trata de ello será como si no tratase. Lo que no puede ser no puede ser y además es imposible y encima no da tiempo. Salvo que ocurra un milagro, claro, pero para que ocurra un milagro tendría que intervenir Dios y, que sepamos, Dios nunca ha sido federalista.

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