Al sur a la izquierda

El año que perdimos peligrosamente

Se cumple el primer aniversario del arrasador triunfo del Partido Popular y aquella victoria se ha convertido en una derrota. Tal vez no para el Partido Popular, pero sí para el país cuya torcida deriva económica prometió enderezar. Este primer año del nuevo Gobierno ha venido a confirmar lo que ya sabíamos desde mayo de 2010: que la soberanía no reside en la Carrera de San Jerónimo ni tampoco en la Moncloa. Ese es el hecho político más crucial de cuantos han sucedido en España desde la Transición. En mayo de 2012 se cumplió el Año II de la nueva era y en mayo de 2013 se cumplirá el Año III.

Naturalmente, lo que hace insoportable esa pérdida de soberanía no es tanto la pérdida misma como el hecho de que esta coincida con un empeoramiento de las cosas tan evidente para todo el mundo que ninguna propaganda pública o privada es capaz de camuflar. No es que nos vaya peor porque nuestros gobiernos ya no gobiernan sobre el país que les ha entregado el mandato de gobernar, es, simplemente, que el hecho de que nuestros gobiernos no gobiernen hace más dolorosa la percepción de la crisis porque los ciudadanos sospechamos que ni siquiera vale la pena aplicar la medicina política que históricamente venía aplicándose en estos casos, que es la de echar a un gobierno y poner a otro. Grecia y Portugal ya han tomado esa medicina y no funciona.

¿Cómo salir de este endiablado laberinto en el que día a día estamos siendo devorados por un invisible Minotauro que está en todas partes y en ninguna, como una peste cuyas dentelladas sufrimos cotidianamente sin que nuestras autoridades sean capaces de protegernos, sino más bien todo lo contrario? No solo estamos perdidos en el laberinto, es que estamos inermes, mientras nuestra ira va en aumento sin que sepamos muy bien contra quién dirigirla.

Nuestra única esperanza es que a los grandes países de Europa empiecen a irles las cosas mal y ello obligue a un cambio de políticas. A Francia le han rebajado la calificación de su deuda y eso es malo para los franceses, pero tal vez sea bueno para irlandeses, griegos, portugueses, españoles e italianos. Si Francia entra en barrena como ha entrado todo el sur de Europa entonces se multiplicará exponencialmente la presión sobre Alemania y sus aliados del norte para que modifiquen el rumbo. Berlín puede permitirse el lujo de no ser solidaria con Atenas, Madrid o Lisboa, pero no podría permitírselo con París. O si se lo permitía daría en realidad igual puesto que ello sería el acta de defunción de Europa.

El lugar de trabajo de Rajoy no es la Moncloa. Ahí no hace nada productivo, salvo esperar a ver quién es la próxima víctima del Minotauro. El presidente debería estar volando cada semana a Roma, Lisboa, París, Berlín o Bruselas en busca de aliados. Es lo mejor que puede hacer por nosotros y por él mismo. En realidad, es casi lo único.

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