A ojo

Responsabilidad

El partido demócrata acaba de sufrir una considerable derrota en las elecciones parlamentarias de los Estados Unidos. Y el presidente, el demócrata Barack Obama, en actitud aparentemente valerosa, ha aceptado su responsabilidad y ha anunciado que, para expiarla, colaborará con sus adversarios del partido republicano en la definición de su política.
Pero no debería hacerlo. Su actitud no es valiente, sino cobarde. Porque la derrota electoral de su partido se debe a la razón habitual de las derrotas en las democracias electorales: que la economía va mal. Pero si la economía norteamericana va mal la culpa no es del partido demócrata –que sólo lleva dos años en el poder, y lo dejó hace diez con Bill Clinton en un momento de bonanza casi sin precedentes–. La culpa es del partido republicano, que tuvo el poder con George W. Bush en los dos cuatrienios intermedios y permitió y alentó todos los insensatos excesos y abusos de los bancos que provocaron la crisis financiera que a su vez desató la recesión económica, no sólo en los Estados Unidos sino en el mundo entero.

Un ejemplo: el casi ignoto señor Geir Haarde –primer ministro de Islandia cuando estalló esa crisis, hace dos años–, que no era más que "un mandao", afronta ahora un juicio penal por su "negligencia" en su manejo. Como si no hubiera hecho en su islita volcánica de apenas 300.000 habitantes exactamente lo mismo que se hacía en el mundo entero. "Fuimos ingenuos –dice Haarde– al creer que nuestro sistema de regulaciones (bancarias) era bueno porque era europeo". ¿Europeo? No: universal. ("Global", como se dice ahora). Era –y es– el manejo del capitalismo.
Pero no sólo es absurdo –aunque tal vez sea también justo– que las consecuencias las esté pagando judicialmente un dirigente político de un país tan insignificante como Islandia. También es absurdo –y a la vez injusto– que las pague electoralmente, en el país que originó la crisis, el único que no tuvo responsabilidad en ella sino que, por el contrario, denunció lo que se venía, que es el presidente Obama. Y por eso la aceptación de una responsabilidad inexistente no es un acto de valor político, como puede parecer en el primer momento de deslumbramiento retórico; sino, al revés, una equivocación dictada por el miedo. Una equivocación que se suma a la de no haberse atrevido a hacer lo que tenía que hacer y había anunciado que haría. Pero no hizo.
Ahora: si encima Obama adopta las propuestas de los republicanos, ya no tiene perdón.

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