Aquí no se fía

Un país en venta

Al Gobierno de Mariano Rajoy le gusta sacar pecho por el notable aumento de la inversión extranjera que se ha producido en España durante los últimos años. Según datos de 2013, nuestro país es el cuarto del mundo desarrollado donde más dinero entra por ese concepto, precedido sólo de Estados Unidos, Canadá y Australia. El stock de inversión extranjera supera de largo el medio billón de euros y representa más de la mitad del Producto Interior Bruto (PIB).

El Gobierno atribuye esta situación al aumento de la confianza internacional en España y a la mejora de la competitividad de la economía derivada de las reformas estructurales. Sin embargo, no toda la inversión extranjera está destinada a la puesta en marcha de nuevos negocios, con la consiguiente creación de empleo. Una tercera parte de su montante global corresponde a otro tipo de operaciones corporativas; por lo general, la compra de activos que ya existían.

El peso creciente de ese tipo de operaciones podría responder al cambio de tendencia experimentado por algunos grandes indicadores si no fuera porque viene mucho antes. Ya en 2012, cuando aún no se había conjurado el riesgo de rescate, hubo importantes adquisiciones, cuya principal explicación es que, tras el hundimiento de la economía, España estaba muy barata. Entró dinero a chorros aquel año en busca de gangas que abundaban por doquier, siguió entrando en 2013 y no dejó de hacerlo en 2014.

Entre los factores que contribuyeron a ello hay dos que brillan con luz propia: el estallido de la burbuja inmobiliaria y la consiguiente convulsión del sistema financiero. La morosidad se disparó hasta cotas nunca antes alcanzadas y las entidades fueron sometidas a nuevas exigencias de capital para garantizar su solvencia. Mal que bien lo soportó la banca, con ayudas públicas en muchos casos; no así las cajas de ahorros, que entraron mayoritariamente en quiebra.

Pero los restos de aquel naufragio no quedaron a la deriva, sino que pronto hubo quienes se mostraron dispuestos a disputárselos. Después de recibir todo tipo de garantías del Estado, los gigantes del sector se quedaron las cajas ya saneadas con dinero de todos, excepción hecha de Bankia, que era un bocado demasiado indigesto. Gracias a eso, hoy son todavía más grandes de lo que eran y los contribuyentes españoles, que hemos pagado la fiesta, somos bastantes más pobres.

A lo que la banca nacional desdeñó de aquel pastel no le han faltado compradores extranjeros que deseaban participar del festín. Especialmente activos han sido los fondos estadounidenses, que se gastaron más de 15.000 millones de euros en España sólo durante 2014. El mayor de todos, Blackstone, desembolsó nada menos que 3.615 millones por la compra de una cartera de hipotecas de Catalunya Caixa, con un descuento del 40% sobre el valor nominal.

Pero hay muchos más ejemplos de hasta qué punto el capital internacional ha aprovechado nuestra situación para arramblar con participaciones industriales, miles de metros cuadrados de suelo, viviendas y oficinas y hasta con los derechos sobre nuestras propias deudas. Un grupo de inversores se quedó con el 4,9% del capital de Iberdrola que estaba en manos de Bankia, y Goldmand Sachs le compró edificios enteros en varias provincias, como Madrid y Barcelona.

Todo lo cual abunda en la idea de que tenemos un país en venta.
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