Balagán

Bonzo

Los indignados israelíes recordaron en la noche del sábado el primer aniversario de las protestas sociales en este país. Exigieron principalmente justicia social y viviendas accesibles.

Uno de los participantes en las protestas de Tel Aviv, Moshe Silman, de 57 años, un pequeño empresario del transporte a quien la kafkiana burocracia local hundió su empresa, se roció a sí mismo con una botella de gasolina y se prendió fuego, causándose quemaduras en el 94 por ciento del cuerpo. Fue ingresado en un hospital de Tel Aviv en estado muy grave y los médicos todavía no saben si conseguirá salvar la vida.

Silman está recibiendo una pequeña ayuda mensual del Estado, pero se trata de una ayuda insuficientes que ni siquiera le permite adquirir las medicinas que necesita. Recibe 2.300 shekels al mes, es decir algo menos de 500 euros, con los que no puede pagar ni el alquiler de la vivienda.

El primer ministro Netanyahu ha calificado el incidente de "gran tragedia personal" y ha pedido a las autoridades que examinen el caso de Silman para ver si se le puede ayudar.

Algunos medios de comunicación israelíes han recordado el incidente que puso en marcha las revoluciones árabes hace hace año y medio, cuando Mohammed Bouazizi se prendió fuego a lo bonzo en Túnez. Incluso se han querido comparar las protestas de Israel con las de la primavera árabe.

La comparación tal vez no sea pertinente, al menos a nivel macroeconómico, ya que Israel es un país económicamente bollante y con unos índices saludables, incluida la tasa de desempleo. Pero esto no quita que haya un sector de la población que lucha a diario por sobrevivir con unos salarios muy magros que exigen enormes sacrificios. Quienes así se sacrifican exigen al Estado un cambio de política para construir una sociedad receptiva hacia las clases más desfavorecidas.

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