Monstruos Perfectos

Besos para Oscar Wilde

Gyles Brandreth, que publica el primero de mayo 'Oscar Wilde and the Ring of Death', visitó hace unos días la tumba del escritor en Père Lachaise y se sorprendió al descubrir sobre el mármol de su lápida cientos de marcas de besos estampadas.

Boquitas pintadas –este es mi propio beso sobre la memoria de Manuel Puig– que llegan de todo el mundo hasta París para rendirse ante Wilde, su símbolo y su recuerdo.

Ante Wilde como 'uno de los nuestros', tal y como alguien lo definió ante Brandreth frente a sus restos cubiertos de carmín.

Resulta curioso, pero Oscar Wilde sigue siendo una celebridad después de tantos años. Una celebridad victoriana, un referente en la cultura de la fama, la capacidad de creación de un personaje propio, la devoción por la juventud y el ingenio apócrifo.

Una marca registrada, según su último biógrafo, que en un reciente artículo en el Times lo imagina como un enorme animal televisivo. Algo que me lleva a pensar que el señor Brandreth sabrá mucho de literatura victoriana, pero muy poco de televisión.

Wilde es quien es porque vivió entonces. Hoy, Oscar –"Dentro de un siglo, mis amigos me llamarán Oscar y mis enemigos, Wilde"–  no sería nadie. Porque todo va demasiado deprisa, no queda tiempo para frases complejas y la disidencia ya no conduce a la cárcel de Reading, sino al silencio (de otra prisón mucho más lúgubre: la de Writing). Con perdón.

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