Monstruos Perfectos

Dadme el nombre exacto de las cosas

Acabo de leer en People que David Duchovny, Californicador y escéptico investigador de lo X, anda a traspiés entre la realidad y la ficción, confunde expedientes con calificaciones morales, sostiene a su último personaje televisivo por los cuernos y ha ingresado voluntariamente en un centro de rehabilitación para adictos al sexo. Joder, qué putada (una expresión que debe de estar prohibidísima en esa clínica, sospecho).

He dado con la rijosa adicción del actor nada más terminar con La escala de los mapas, la primera novela de Belén Gopegui; un libro de una belleza rara y contundente que he leído ensimismado, sin más interrupción que las repeticiones en voz alta de algunos párrafos que podría tatuarme en los antebrazos o hacer grabar en mis copas de martini: "La realidad pone yogures muertos en la nevera, y deja paso a las corrientes frías, y cojean las mesas por su causa, y se derraman los vasos. Es entonces cuando vienen los sueños."

Es entonces, también, cuando recurro a las palabras ajenas que, durante este mes que ya termina mañana, me han servido como lupas para agrandar la fecha de caducidad en las tapas de los yogures pasados de fecha que he vaciado para hacer con ellos rudimentarios comunicadores, atados con un hilo a través del cual me llegó el crepitar de la caspa pisada con tacones Louboutin en fiestas veraniegas ibicencas y marbellís, el rumor de los bañistas sardos al paso de Ana Botella por la orilla de sus playas, sin pareo pero con ataduras pectorales en el traje de baño.

Citas de otros que me han servido para calzar mesas cojas sobre las que Madonna se ha contorsionado para celebrar su 50 cumpleaños después de que los abogados de la Duquesa de Alba redactaran sobre ellas un comunicado de prensa plagado de gerundios negando inminente escena de matrimonio ducal.

Páginas que nunca escribiré con las que he ido secando estos treinta días las gotas de Singapur Sling derramado de los vasos de tubo en coctelerías nacionales y de importación.

El sexo compulsivo de Duchovny me salta a los ojos –metafóricamente, por supuesto, por suerte, por el bien de mi rimmel waterproof– y el deseo se cuestiona su origen en la maravillosa novela de Belén, "¿Y si nuestros cuerpos fueran grandes conglomerados de memoria, si decir Te deseo equivaliera a decir Te recuerdo con el cuerpo?"

Nada de eso se escribe así en la realidad. Por eso vienen los sueños, la lectura ansiosa de párrafos de salvación que me ayudaran a soportar este agosto sin vacaciones y las cosas recibieran el nombre que Juan Ramón exigió: "¡Intelijencia, dame el nombre exacto de las cosas!" Inteligencia ajena, claro está, que me sirviera para nombrar las cosas de los demás. Mañana trataré de conseguirlo por última vez. Podría haber aprovechado esa Lectura de verano final para despedirme, pero yo siempre he sido más de la penúltima. Quienes me conocéis, lo sabéis.

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