Cartas de los lectores

28 de junio

‘El Coloso’ de Goya
Hoy me he quedado sorprendido al leer las razones por las cuales el cuadro de El Coloso ya no puede ser considerado un Goya.
Según Manuela Mena el brazo no está lo suficientemente trabajado para ser de Goya... ¿Y qué? Tampoco está trabajado el brazo de Saturno... Tampoco la cola del toro puede ser de Goya, puesto que no es exacta... ¿Y qué? En el cuadro Escena de una corrida de Toros de 1824 las colas de los toros están pintadas de igual manera... Otra razón es que la luz guarda incoherencias... ¿Y qué? También las guarda la luz en Saturno comiéndose a sus hijos y en muchos otros cuadros de estética negra... Otra razón es la perspectiva, que no es exacta ¿Y qué? Tampoco es exacta la perspectiva en el cuadro Al aquelarre, donde unos personajes montados a caballo en último término son más grandes que otros en primer término...
En fin, las razones que han dado son muchas y todas ellas vulgares. Goya era pintor y además tenía momentos de depresión, de angustia, de dolor. No era un robot que lo tenía todo calculado al milímetro como algunos expertos intentan definirlo ahora para darse importancia.
Goya no era Velázquez y eso hay que tenerlo en cuenta antes de armar tanto jaleo.
Ramón Cabrera / Barcelona

Códigos de barras
En estos tiempos que corren, en extremada ligereza y arrollando el sentido, nos queda poco tiempo para entender nuestra esencia, para desplegarla y colocarnos frente al espejo que garantice que nuestra existencia vale la pena.
Quizás sea tanta la alienación o el control ejercido desde el poder, que la población caiga en una atávica afasia que le impida disponer, en primer lugar, de la posibilidad de tomar conciencia de ellos mismos, para a posteriori manifestar las inquietudes y necesidades que puedan reconducir nuestra vida hasta la libertad.
Me inquieta contemplar a una chica que, con espasmódicos ademanes, pasa los productos por el lector de códigos de las cajas, unos tras otros, las mercancías y sus días mermados de realización personal.
Me duele la explotación inconsciente y la quema de las vidas de jóvenes enmarañados en trabajos alienante y faltos de entusiasmo, ridiculizados a ser máquinas en una producción que garantice jugosos dividendos a los grupos de poder. Los neófitos Sísifos de nuestro mercado de trabajo, precario y lastimero.
No me extraña que cambien tanto nuestro sistema educativo, cada vez más pobre y deficiente, en pos de generar miles de oligofrénicos licenciados y diplomados con la única finalidad de ser privilegiados consumidores y adoradores de la titulitis.
La educación, en nuestros tiempos, tal como la han ideado nuestros adoctrinadores políticos, está confeccionada para hacernos esclavos dentro de un sistema irracional y asalariado que nos reduce a máquinas que producen y, en sus ratos libres, consumen pan y circo.
Antonio Rubio Mendoza / Sevilla

Petardos fuera

De acuerdo con Josefa Ortega en su carta Ruidosos incívicos (Público, 26 de junio). Pero las autoridades no tienen categoría para cumplir las directivas europeas (la Unión Europea de los banqueros tampoco funciona aquí). Algunos incluso confunden mayoría absoluta con impunidad.
Ni tienen caché para hacer cumplir las leyes ni para consultar al pueblo.
Con un simple referendo, la población prohibiría los petardos. Mientras tanto, los bebés y sus familias, los enfermos, los ancianos y los ciudadanos normales, debemos soportar a unos pocos que invocan la tradición para obligar a estar una semana sin dormir.
Cuando la silenciosa esclavitud era dura y sólo había campanas o tambores, se entienden los petardos.
Pero en una civilización ya ruidosa (donde España es medalla de plata mundial), el petardeo, además de bárbaro, es delictivo.
Pedro Mendoza Gonzalo / Alicante

Conciencia y principios
"He actuado en conciencia", "soy un una persona de principios", "no renunciaré a mis principios". Cuando escuchamos afirmaciones de este tipo –tan contundentes como discutibles y sospechosas– casi siempre las asociamos con un alto sentido moral y ético de quien las pronuncia. Sin embargo, ¿qué garantía tenemos de que quienes las profieren sean más de fiar que los que no lo hagan?
Es cierto que estas afirmaciones tienen connotaciones positivas. Es como si por pronunciar alguna de estas frases biensonantes quedáramos libres de toda sospecha ante el juicio de los demás.
Pero la conciencia no deja de ser una forma subjetiva de conocimiento interior del bien y del mal y, los principios, la norma o idea que rige el pensamiento o la conducta.
En este sentido, podemos afirmar que todos tenemos principios y conciencia; otra cosa distinta será su clase y categoría.
Recurriendo a ejemplos extremos, podemos afirmar que Hitler actuó según su conciencia cuando masacró a más de quince millones de inocentes; o que ETA y Al Qaeda actúan conforme a sus principios cuando cometen actos terroristas.
Sin embargo, pocos pondrán en duda la perversidad de sus actos.
Lo cual nos lleva a concluir, al fin, que la conciencia y los principios son conceptos subjetivos, elásticos y acomodaticios que no aseguran ni garantizan la rectitud y honestidad de nuestros actos.
Groucho Marx lo expresó con inteligente ironía cuando sentenció: "Éstos son mis principios, pero no se preocupe, si no le gustan, tengo otros".
Pedro Serrano Martínez / Valladolid

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