Cartas de los lectores

18 de febrero

Sanidad pública y capitalismo privado
Es bien conocido el grado de satisfacción ciudadana que muestran permanentemente las encuestas acerca de la sanidad pública española, pese a que, a ojos del libre mercado, se trataría de una quimera, dado que –según sus gurús– son ellos y no el Estado los únicos depositarios de la verdad económica y, por tanto, los que mejor asignan eficientemente los recursos.
Actualmente, cuando arrecian denuncias constantes de los consumidores por posibles fraudes de las eléctricas en la nueva tarificación mensual, habría que pedir a los responsables de los oligopolios que forman las empresas gasísticas, petroleras y eléctricas que expliquen a la opinión pública –si es que pueden– qué beneficios han tenido para los ciudadanos la privatización en su día de estas compañías. Cuando se desmonta el mito de la mano invisible del
laissez faire y del laissez passer
–por la avaricia insaciable de los ejecutivos de muchas de estas sociedades, que reciben indemnizaciones millonarias– se agrandan las diferencias salariales y se olvida la función social de la propiedad (artículo 33.2 ).
Cabría preguntarse también si no es hora de nuevo de volver a dejarlas en manos del Estado y, por tanto, de democratizar este tipo de empresas de sectores estratégicos y de producción de bienes o servicios de primera necesidad, para excluirlas de una posible rapiña corporativa y así rentabilizarlas socialmente,
como afortunadamente ocurre con la sanidad.
Miguel Romero/Sevilla

Perseguir a los inmigrantes
La búsqueda de un trabajo digno es el rasgo distintivo de las migraciones hacia España y hacia la UE en general. Los desplazados son sobre todo trabajadores que, a primera vista, por su grado de diversidad nacional, cultural o étnica parecen requerir y pueden soportar unas condiciones de trabajo diferenciadas. Las administraciones hacen de estas especificidades el argumento suficiente para establecer desigualdades de trato –positivas o negativas, ambas son igualmente perversas– en el acceso al empleo y a otros ámbitos de participación que se regulan a través de la situación legal otorgada
discrecionalmente a cada inmigrante. Las políticas inmigratorias –como intervención diferenciada– contribuyen a identificar a las personas desplazadas como personas ajenas al modelo de convivencia y ciudadanía consolidado.
Por suerte, nos queda el Ministerio del Interior. En 2008 consiguió reducir en un 25,6% la llegada de inmigrantes "ilegales" y aumentó un 12,1% las expulsiones (alcanzando las 10.616). Además, España seguirá siendo la primera beneficiaria de fondos de la UE en materia de inmigración, percibirá 90 millones de euros en 2009 y 2010, lo que supone el 18,6% del total de la UE. Se está utilizando la situación que sufren los inmigrantes

–de forma retrógrada–contra ellos mismos y como arma arrojadiza contra la libertad personal. La actuación administrativa en lo relacionado con la inmigración no admite fórmulas universales, ni ideas iluminadas, sino que requiere un intenso diálogo social, el mayor consenso político posible, cierta pedagogía ciudadana y mucha prudencia.
Luis Fernando Crespo /Alcalá de Henares (Madrid)

Los parados del PP
La verdad es que uno se queda de piedra ante el juego político del PP para menospreciar a las instituciones españolas, lo que refleja la podredumbre de sus dirigentes
–unos por activa, otros por pasiva–, algo lógico en la propia política, donde los capos, una vez asentados en el poder, son incapaces de actualizar sus discursos y, llevados por la inercia del tiempo, quedan caducos ante ella. Mariano Rajoy es uno de esos capos rebasados por el tiempo, ya no sólo por la izquierda
–que le arrebato dos legislaturas–, sino por la propia derecha que preside, quizás porque en su patio no demuestra la misma firmeza gesticular que en el Congreso. Además, supongo que por heredar un partido lleno de buitres, algo, por otro lado, fomentado por José María Aznar, que desató el liberalismo interno que ha perjudicado al partido.
La competencia es buena cuando existe el respeto y la legalidad, pero hoy vemos todo lo contrario: espionaje, manipulación, linchamiento mediático, en fin, sólo faltaría ver a alguno de los implicados en estas tramas aparecer con el ojo morado.
Luis Dorado /Madrid

¡Qué bueno el capitalismo, oiga!
Los teóricos de la economía global nos decían siempre que el capitalismo era el futuro, la razón: el capitalismo nos hace más fuertes. Presentaban al capitalismo como una suerte de selección natural que permitía el éxito de los más dotados y eliminaba a los más débiles, haciendo, a la postre, una sociedad más sana y capaz. Nos querían hacer creer que un capitalismo feroz
estimulaba la competencia y mejoraba a individuos, empresas y sociedades.
La tortilla se ha dado la vuelta, ya no estamos en época de vacas gordas. Ahora resulta que los que abogaban por la desregularización, al ver que sus empresas se van al garete, piden (suplican miserablemente) la ayuda salvadora (y anticapitalista) del Estado. Quizás todo sea simplemente una metáfora de la bravuconería humana, que amenaza a todos cuando se sienten bien y suplica abyectamente cuando las cosas le van mal; pero recordemos que, aunque la competencia sea sana, no todos partimos de la misma salida. A algunos nuestras familias nos han podido dar estudios y comodidades, mientras otros han tenido que ganarse el pan a muy tierna infancia. Por tanto, será siempre necesaria una institución que nivele esas diferencias y reparta la riqueza.
Javier Lacomba /Valladolid

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