La ciencia es la única noticia

La maquinita perfecta

EL ELECTRÓN LIBRE // MANUEL LOZANO LEYVA

*Catedrático de Física Atómica, Molecular y Nuclear de la Universidad de Sevilla

Un museo de historia de la ciencia es un lugar sosegado y ensoñador. Recientemente, en el recoleto museo de Oxford dediqué mucho tiempo a descifrar el intríngulis de una máquina antigua que me pareció perfecta. Otro visitante (éramos los únicos) se animó a comentarme la belleza del artefacto de mi interés, pero poniendo el énfasis en la calidad del latón bruñido, la perfección de los engranajes, el diseño de las manivelas y los engastes, así como la esmerada caligrafía de escalas y graduaciones. El que supuse profesor retirado de física se fue y yo quedé muy complacido, pero mosqueado porque ni él ni yo habíamos dicho nada de para qué servía aquel bello artilugio. Continué observándolo hasta que me di por vencido y leí el cartelito adjunto. Quedé pasmado al saber que nadie había adivinado el objetivo científico de la máquina ni su posible aplicación. Se aventuraba que quizá habría sido para hacer demostraciones didácticas, pero observándola de nuevo deduje que no, basándome para ello en ciertos desgastes suaves y unas precisiones excesivas. Me alejé sonriente hasta que me detuve con la sonrisa congelada. Aquella maquinita me había recordado algunos artículos profesionales míos.

El fruto principal del trabajo de los científicos se plasma en un artículo publicado en una revista internacional. La calidad de ésta la daba la exigencia que esgrimían los censores elegidos por el editor a la hora de aceptar un manuscrito para su publicación. La competencia a su vez de un científico se establecía en buena medida por el número de artículos con que contaba. Con este sistema surgían demasiadas maquinitas perfectas, es decir, artículos que cumplían infinidad de requisitos salvo uno: que los métodos o resultados que exponían sirvieran para algo. Entonces se introdujo el factor de impacto, es decir el número de veces que los autores de una especialidad científica citan una revista o un artículo concreto. Se suponía que así se evitaba la publicación a troche y moche, incentivando la relevancia de lo publicado. Seguían surgiendo numerosas maquinitas perfectas. Se inventó el factor h, o sea, el número de artículos de un autor que era citado ese mismo número de veces como mínimo. Y, al menos yo, sigo con la conciencia de continuar elaborando inútiles maquinitas perfectas.

Tras permanecer apesadumbrado unos minutos, consideré que no hay sector profesional o intelectual tan exigente y autoevaluado como el científico. Quizá construyamos demasiados artilugios como el del museo de Oxford, pero indican públicamente que sabemos hacer nuestro trabajo con enorme grado de perfección. Esta es la condición necesaria para que de vez en cuando algunos, muy pocos de nosotros, produzcan máquinas maravillosas. Esta conclusión me permitió, al menos, recuperar la sonrisa

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