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La temible química culinaria

ÁTOMOS CARGADOS // JAVIER YANES

En el principio, Dios hizo la naturaleza, reforma integral del planeta donde se entregó todo en fecha, sin retrasos por huelgas, suspensiones de pagos o zarandajas.

Al mismo tiempo que todo lo creado por Dios demostró tanta perfección que ha costado un Fabergé convencer a la humanidad de que se hizo solo, Dios creó algo más, la contrapartida negativa, el yang para tanto yin, el lado oscuro: una legión de malévolos seres dispuestos a asolar la Creación, dotados de las más terribles armas de exterminio. A ese ejército nauseabundo Dios pensó llamarlo Demonios, pero un consultor le sugirió un nombre más comercial: Químicos.

Y así, con su poder devastador, los infernales heraldos de la destrucción propagaron su hedionda plaga, corrompiendo todo lo sano y natural, aniquilando milenarios saberes, como la sanación por alcachofa o la doma de energías negativas con látigo de brotes de soja.

En el siglo XXI, varios cocineros fueron vapuleados por denunciar que la trama conspiratoria de los Químicos había penetrado en las vías culinarias de la madre naturaleza con su ponzoñoso dardo.

La venganza contra estos adalides justicieros fue cruel: se orquestó un montaje para acusarlos de cohecho gastronómico, de haber cedido al soborno de los Químicos para contaminar sus platos con venenos mortales marcados con la letra de la bestia, la letra E.

Los cocineros fueron finalmente quemados en una pira, alimentada por toneladas de octavillas incautadas a los Químicos, en las que se propagaban peligrosos infundios, como que E300 no era más que, pásmense ante la perversidad sin límite de estos malnacidos, vitamina C.

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