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Un espejo mágico

El electrón libre//Manuel Lozano Leyva

Una mujer se mira las manos enfrentadas entre sí. Cada una es como la imagen de la otra en un espejo imaginario situado entre ambas. Hace después un experimento dinámico: mide el periodo de un péndulo con un cronómetro. Cuenta 100 oscilaciones y divide el tiempo transcurrido por 100. Averigua así, con bastante exactitud, lo que dura un vaivén. Repite el experimento, pero observando las oscilaciones en un espejo que ha colocado cerca. Le sale exactamente lo mismo. Formula el resultado diciendo que la fuerza de la gravedad, responsable de las oscilaciones del péndulo, es invariante bajo reflexiones (de reflejo) o, también, bajo transformaciones de paridad que es más o menos igual.

El marido de la experimentadora, que la ha mirado con cariño y escuchado con algo de desdén, arguye que qué esperaba. Ella, mosqueada, dice que si el experimento hubiera sido apretar un tornillo o abrir una cerradura con una llave, la imagen en el espejo tendría que haber hecho lo contrario: aflojar y cerrar. El marido frunce el ceño, pero al rato concluye que no hay misterio en el asunto. La mujer se relaja, sonríe y pierde la mirada desentendiéndose de él y pensando en una señora china bella, brillante y apacible: Madame Wu.

En los años 20 del siglo pasado, se exploraba el átomo y el núcleo llegándose a explicar perfectamente sus propiedades con la mecánica cuántica. Los dos sistemas presentaban una propiedad curiosa, y era que podían pasar de unos estados de excitación a otros mientras que tenían prohibidas otras muchas transiciones. Se relacionó el hecho con que la fuerza electromagnética, la que gobierna los átomos, y la fuerza nuclear, la que rige el núcleo atómico, son como la gravedad en este sentido: invariantes bajo la paridad. Las fuerzas de la naturaleza no son ni diestras ni zurdas, porque los espejos mágicos no existen. Y con la cuarta fuerza, la nuclear débil, responsable de que un neutrón se convierta espontáneamente en protón y viceversa, dando lugar a una clase de radiactividad bien conocida, pues lo mismo, claro. Se había elaborado un concepto, se había comprobado y comprendido, y por ello se convirtió en dogma.

Sin embargo, con el tiempo se descubrieron muchos procesos gobernados por la fuerza nuclear débil y dos físicos, también chinos, tuvieron una osada ocurrencia para explicar ciertas anomalías: esa fuerza no era invariante bajo la paridad. Pero un dogma no se derrumba por una ocurrencia, y quien lo hizo trizas experimentalmente fue Madame Wu. Los chinos osados recibieron el premio Nobel y la señora, no. Por eso nuestra amiga miró de arriba abajo a su desdeñoso marido.

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