La mierda no se comparte

La mierda no se comparte

Desde hace ya un tiempo, los debates están cada vez más polarizados sobre temas tan importantes como las migraciones, el feminismo, la diversidad o la libertad de expresión, por poner solo algunos ejemplos. La polarización no es casual, es el resultado de una campaña de cambio social absolutamente medida y muy bien organizada. 

La polarización se consigue arrinconando a la opinión pública en debates estériles que simplifican las opciones hasta llevarlas a binomios tipo blanco o negro, bien o mal, sí o no. Para conseguir llevar a gente normal hasta un extremo, los agentes polarizadores usan la provocación. Políticos, tertulianos, medios de comunicación venidos a menos, abusan de los titulares amarillos y apocalípticos que remueven almas. 

En este marco, la opinión pública tiene que empezar a ser consciente de su valor. Es increíble cómo los medios viven pegados a las audiencias mientras los consumidores de información no son conscientes del poder que tienen. Cómo cualquier otro producto, se puede elegir no consumir información si estimamos que no reune las condiciones necesarias. La información que no se consume se pierde. Y lo que no se comunica no existe. 

Como cualquier otro producto se puede elegir no consumir información si estimamos que no posee las condiciones necesarias. La información que no se consume se pierde. Y lo que no se comunica no existe.

Tristemente vemos cómo, información de enorme calidad, se pierde entre toneladas de basura informativa dejando enterrados temas sociales que todo el mundo debería conocer. Esto ha ocurrido siempre, el periodismo más social, el periodismo comprometido, tiene un menor consumo que la información de sucesos, por ejemplo.

Sin embargo, ahora el problema es otro. Disfrazada de información de calidad se está produciendo una enorme cantidad de mierda informativa cuyo único objetivo es viralizarse, extenderse, superando los límites del bien y del mal, como una mancha de petróleo en el mar. Esta supuesta información sigue un patrón, ser tan abiertamente tendenciosa que solo puede ser considerada como veraz por aquellos que perciben una realidad muy sesgada por una ideología extrema. Se trata de audiencias de nicho que suman poca gente. Los demás consumidores de información inmediatamente identifican la falta de coherencia informativa. Y se indignan. Este es el truco del sistema, un consumidor de información indignado, respondiendo a los instintos humanos más primarios, lo primero que hace es compartir su indignación con otras personas. Aquí es donde las redes se encienden y una supuesta información que tendría que quedarse en algo anecdótico se convierte en lo más leído de un medio. Para sublimar esta catástrofe se suma a nuestro deseo de indignación gregario el afán por tener razón. Aquí es cuando la supuesta información completa su función primigenia de polarizar y encontramos debates desgarradores en grupos de Whastapp, sobre temas nimios que en realidad a todo el mundo le dan igual. 

Si queremos recuperar la cordura social que se está perdiendo a marchas forzadas a nivel mundial tenemos que recordar que la mierda no se comparte. Tenemos que recordar que podemos elegir la información que nos interesa, que pueden intentar imponernos una agenda, pero los consumidores de información tenemos la última palabra. Necesitamos ejercer nuestro derecho a la información de calidad penalizando con nuestra indiferencia aquella información que no sea adecuada. Los medios, los periodistas, por desgracia, viven de nuestro consumo. Tenemos un poder enorme. Usémoslo en consecuencia.