Conexiones

 

Pilar Lucía López (@PilarLucia7)

El muro que sostiene a Samir no parece muy sólido. Las piedras se sujetan sin ganas unas a otras. Nadie diría que esa pared fuese a durar un día más. Algunas rocas ya se han desprendido y forman una mella en forma de ventana.

Sin que nadie lo note ha escalado hasta arriba como un gato con sus chanclas de plástico. Se ha quedado en la esquina, posado como un gorrión con las piernas colgando.

Está sentado en el filo de ladrillo rojo y se sujeta con la mano izquierda para no perder el equilibrio. Con la otra mano sujeta un móvil prestado y parece abstraído. Mira hacia el otro lado del estrecho que dejó hace casi seis meses. El viento le revuelve el flequillo, le refresca la frente y le trae recuerdos de casa.

El profesor se da cuenta de que está allí en lo alto y le hace señas con la mano desde lejos.

-Baja de ahí, ahora mismo, vamos, baja ya. Me oyes, te digo que bajes.

Está nervioso, cree que el joven corre peligro y se siente responsable de lo que pueda ocurrirle. 

Samir ni se da cuenta porque las palabras se las lleva el viento de poniente que ha empezado a soplar. Abstraído, sigue mirando al horizonte y parece tranquilo, ajeno por completo al revuelto que se ha montado abajo. Tiene un brazo levantado con el que sujeta su móvil. Parece que buscar conectarse con la  con el wifi del cielo.

-Hola, por favor, ¿hay algún ángel por ahí arriba que me atienda?- parece que musita. Mueve la cabeza hacia los lados y sonríe con una mueca de tristeza. 

- Estoy bien, sí, sí, claro que me acuerdo de todos.

Abajo, se han juntado tres adultos más y siguen dando voces que el chico no puede escuchar.

Un amigo de Samir se acerca al grupo y les explica abriendo las palmas hacia arriba.

-Eh, no pasa nada. Dejadle tranquilo. Está hablando con su madre, es el único sitio que tiene wifi. No problema de verdad. Él sabe estar arriba. Solo quiere hablar un rato con su madre y ya está. Y el amigo hace un gesto negando la preocupación de los adultos.

Hace demasiado tiempo que Samir no sabe nada de su familia. Desde que cruzó el estrecho sólo ha conseguido hablar en tres ocasiones. Unas veces porque no puede conectarse y otras porque no les llega su llamada.

Ahora sí, tiene línea directa con las nubes. Le cuenta a su madre que está bien, que no se preocupe por nada. Que pronto tendrá papeles y podrá trabajar y mandarle dinero. Y le miente porque está en un centro de menores y en su tarjeta provisional pone en el reverso "no apto para trabajar". Pero Samir sabe lo que una madre necesita escuchar cuando el hijo está lejos.

-Que sí, todo bien, mamá. Claro que sí, no me falta nada...

Ella no debe saber nada de su vida real en el centro de tutela. Nada de qué pasa el día deambulando como un tigre de un lado para otro sin nada que hacer. Nada de que no va a la escuela, ni tiene formación. Nada de su miedo, de su inseguridad. De ese temor que se le mete en la cama y le hace presentir un viaje de vuelta con las manos vacías. 

-Un beso a todos, sí. Cuídate mamá. Sí, ya llamo cuando pueda.

Samir apaga el móvil, mira hacia abajo y ve caras de enfado. Hace un gesto de paz abriendo los brazos.

-No pasa nada- repite, mientras sonríe y desciende como una lagartija los cuatro metros que le separan del suelo.

'Línea directa'. Foto: Pilar Lucía López.
'Línea directa'. Foto: Pilar Lucía López.