Con negritas

Que cada palo aguante su vela

La mayor suspensión de pagos de la historia de España es fruto de la ambición incontrolada de Fernando Martín, presidente de Martinsa, y de quienes corearon su inoportuna idea de echar el resto en la compra de un gigante inmobiliario cuando la crisis del ladrillo llamaba ya a nuestra puerta.

Para llevar a cabo la operación, un granado grupo de entidades financieras no tuvo inconveniente en prestarle el dinero necesario, alrededor de 4.000 millones de euros, con la confianza de obtener pingües intereses a cambio. Ni los economistas que, dentro de ellas, cobran por anticiparse al futuro, ni el presumible olfato de los tasadores profesionales, ni los prudentes analistas de riesgos advirtieron la tormenta que asomaba por el horizonte. O a lo mejor sí se dieron cuenta de que aquello no pintaba demasiado bien, pero quienes deciden al final prefirieron desoír sus consejos ante la boyante recompensa que tamaña osadía podía depararles.

A fin de cuentas, debieron de pensar, si Fernando Martín, que había sido capaz de auparse para ocupar un sitio en la élite empresarial, lo veía tan claro e iba a arriesgar fama y patrimonio en el envite, debía de tener buenas cartas. No quisieron o no pudieron ver que el vendedor era otro hombre experimentado, hecho a sí mismo también: Manuel Jové, al que no podían faltarle poderosas razones para desprenderse de la obra de su vida, Fadesa, en aquel preciso momento.

Las primeras líneas del drama empezaron a escribirse a finales de 2006, al tiempo que se fraguaba una operación que acabó igualmente como el rosario de la aurora: la compra por Habitat de la división inmobiliaria de Ferrovial. Tampoco en ese caso le hizo falta esforzarse mucho a Bruno Figueras para obtener la financiación ajena necesaria, casi 2.000 millones, pese a ser una versión actualizada de la historia imposible en que al pez grande se lo come el chico. Los bancos, arrastrados por su propia codicia, no tuvieron en cuenta que quien quería salirse del negocio era nada menos que la familia Del Pino, que de ladrillos algo sabe.

Los prestamistas de Habitat, como ahora los de Fernando Martín, comprendieron su error demasiado tarde, y es natural en una economía de mercado que unos y otros apechuguen con las consecuencias.   

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