Con negritas

La tozudez irreductible de la crisis

Chuzos de punta no están cayendo sólo sobre nuestra economía. En casi todas partes hay problemas de crecimiento y de inflación por culpa de la carestía del petróleo y de los alimentos. Pero el absurdo interés del Gobierno por enmascarar la situación ha inoculado el virus de la desconfianza en el ánimo de mucha gente.

Zapatero ha admitido la crisis demasiado tarde y lo ha hecho al relance, como sin querer, cuando para la mayoría de los españoles era ya una realidad incontestable. Negándola contra viento y marea ha arriesgado buena parte de su crédito político, convencido quizás de que el éxito de las elecciones generales del 9 de marzo le proporcionaba margen de sobra. Las encuestas más recientes revelan que, a cuenta de eso, se ha dejado bastantes pelos en la gatera.

Transcurridos cien días desde la toma de posesión del Gobierno, la economía rueda cuesta abajo y sin frenos. La cosecha de malas noticias es cada día más abundante y, de momento, no hay ni un signo en el horizonte que dé pábulo a la esperanza.

Mientras tanto, el presidente, reconfortado por el "optimismo antropológico" del que se dice deudor, predica tranquilidad, cada vez más solo, con la misma flema que el capitán del Titanic.

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