Culturas

Con cedilla

Ha muerto Josep Palau i Fabre

Sebastià Alzamora

Así es: ayer nos despedimos para siempre del poeta Josep Palau i Fabre, que murió el sábado a los 90 años. No ha sido ninguna sorpresa, porque ya hacía tiempo que se le sabía enfermo, pero aún así duele perder definitivamente a quien sin duda es el autor de una de las obras más importantes de la literatura catalana de las últimas décadas.


El bello monstruo
Hace un par de años, Cercle de Lectors - Galaxia Guttenberg tuvo el acierto de publicar la obra completa de Palau i Fabre -excepto los muchos e importantes libros sobre Picasso, que requieren un tratamiento editorial específico- en tres volúmenes que incluían un texto memorialístico del autor, inédito hasta entonces. Lo tituló El monstre, un buen calificativo para autorretratarse. Y no porque Palau, que en el trato personal era elegante y seductor, con su sonrisa de dandi siempre a punto, tuviera nada de monstruoso: sino porque su obra entera constituye una de las propuestas más innovadoras, radicales y deslumbrantes de su tiempo, y no me refiero únicamente al ámbito de las letras catalanas. Una gozosa anomalía, una feliz rareza, una afortunada monstruosidad.
Muchos en uno
Como Whitman, Palau i Fabre era uno pero contenía multitudes: estaba por supuesto el poeta, cuya obra se encuentra recogida en el inagotable volumen Poemes de l’alquimista, pero también el narrador -Contes de capçalera es otro libro indispensable-, el dramaturgo audaz (sus obras del ciclo de don Juan deberían ser representadas regularmente en Catalunya y no lo son: muestra de miopía intelectual e institucional) y, naturalmente, el gran experto en Picasso, a cuya obra dedicó una parte muy importante de sus desvelos, por ninguna otra razón que la fascinación que le producía el genio malagueño.

Fue también un activista de la cultura, y como tal fue el impulsor de revistas como Poesia i Ariel, faros impagables en medio de las tinieblas de la más inmediata posguerra y de la satrapía recién instaurada. Después se exilió en París, donde conoció a Artaud, a Octavio Paz y a su querido Picasso, entre otros. De vuelta en Catalunya, no paró hasta conseguir los apoyos necesarios para crear la Fundació Palau, que reúne, en su sede de Caldes d’Estrac, la colección de arte y todos los valiosos documentos que deja el autor. Palau i Fabre se reivindicó siempre como alquimista, que es la figura que para él ilustraba mejor el quehacer del poeta, y es bien cierto que parecía haber encontrado la piedra filosofal de la excelencia. Quieran los dioses que sepamos estar a la altura de las exigencias que plantea su enorme legado, y que nunca lo dejemos caer en el olvido.

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